En las horas previas al duelo final ante Brasil por la Copa del Mundo de 1950 a celebrarse en el imponente Maracaná, el entrenador uruguayo, Juan López, solo mantenía una duda en la oncena que iba a alinear para tentar la hazaña el 16 de julio en Rio de Janeiro.
La misma respondía únicamente a factores físicos, ya que Ernesto Vidal, el wing izquierdo, titular durante todo el certamen, presentaba un fuerte dolor en uno de sus hombros, lo que lo dejaba en inferioridad para disputar un juego de semejante relevancia.
Es que para Uruguay era ganar o ganar, porque se encontraba una unidad por detrás de Brasil en la tabla del cuadrangular final (4-3), por lo que la cuenta era clara: apenas un empate le alcanzaría al dueño de casa para levantar la Copa Jules Rimet, que era lo que casi todo el mundo presagiaba antes del torneo.
De todas formas, la clásica estrategia 2-3-5 no iba a modificarse, lo que no impidió que “Juancito” analizara una y otra vez la formación propia y ajena.
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