
Transcurrían setenta y cuatro años de vida. Una vida que se cerró de golpe, abruptamente, con la incontenible fuerza con que sopla el viento de la muerte cuando resuelve clausurar la existencia con el estallido del corazón. Un corazón que resistió cientos de batallas. Porque para José Carlos el tránsito terrenal fue, precisamente, una continua sucesión de batallas en defensa de ideales, sueños e ilusiones quiméricas por las que él peleaba para transformar en realidades.
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