En el primer año del segundo lustro del siglo XX, el fútbol rioplatense exhibía un desarrollo muy superior al quietismo que experimentaba el de Europa. Los fuertes dirigentes ingleses de la Football Association (FA), el presidente Arthur Kinnair y el poderoso secretario Frederick Wall, se opusieron en 1904 a la fundación de FIFA impulsada por el francés Robert Guerin y el holandés Karl Hirschman. El organismo asumía en sus estatutos la organización de la “competencia internacional” en Europa. La oposición de los británicos a ese alumbramiento, en los hechos se basaba porque la FA asumió la conducción del fútbol mundial, al aprobar la iniciación del contacto futbolístico del Reino Unido, con el Río de la Plata a través del envío de clubes ingleses. Y ese dominio se materializó en 1906 cuando la FA también pasó a incluir bajo su tutela a la FIFA, después de las gestiones que llevó a cabo ante los ingleses el barón Edouard de Laveleye, dirigente del fútbol de Bélgica.
Designaron presidente de FIFA al funcionario de la Football Association, Daniel Burley Woolfal. Llevaron la sede a Londres y adoptaron la decisión de mantener al organismo en estado de lactancia, sin actividad. A partir de ese momento la FIFA se limitó a realizar un congreso anual donde los temas considerados eran menores. No se habló más de organizar la “competencia internacional” en Europa.
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