El 23 de agosto de 1983, Uruguay conquistó un título que, desde que comenzaron a disputarse, le había resultado esquivo: los Juegos Panamericanos, que se celebran desde 1951.
La medalla faltante y largamente anhelada se cosechó en Caracas, Venezuela, de la mano del maestro Oscar Washington Tabárez, en una de sus primeras incursiones como conductor de un combinado nacional. Sin embargo, el camino al título no fue sencillo.
Si bien las selecciones mayores absolutas son las que se llevan todas las palmas y el protagonismo, las asociaciones de fútbol de los distintos países del continente supieron también contar con combinados íntegramente formados por futbolistas de la Segunda División, la famosa “Selección de la B”.
Generalmente, estos seleccionados específicos de la segunda categoría del balompié de cada país se limitaron a disputar partidos amistosos entre sí, pero también ante clubes e, incluso, participar de torneos amistosos alrededor del mundo, en los que actuaban, para sorpresa de muchos, combinados absolutos.
Estos casos fueron típicos de la Selección de la B uruguaya, que desde los años cuarenta del siglo pasado y hasta entrado el siglo XXI disfrutó de mucha actividad y, lo que es mejor, de un respeto ganado en nuestro deporte.
El desenvolvimiento de la vida de Buenos Aires y Montevideo mantiene desde la fundación de ambas ciudades una estrecha relación en todos los ámbitos de la sociedad. El football no estuvo alejado de esa realidad. En el curso de la segunda división del fútbol argentino iniciada en 1919, y a raíz de las competencias con la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), en noviembre de 1922 la asamblea de clubes de primera división desafilió a dos instituciones. En la noche del día siguiente, el 15, nació la Federación Uruguaya de Football (FUF). La división en las dos orillas platenses coincidió con un proceso llevado adelante por dirigentes europeos, tendiente a sacar a la FIFA del estado de lactancia en que la habían colocado los ingleses desde que tomaron el contralor del organismo en 1906.
La pelota descansa tranquila en el fondo del arco. Un segundo antes, la habían tratado como a ella más le gusta. Brian Lozano la había acariciado con la parte interna de su pie derecho, por afuera de la barrera. Iban 10 minutos de la final contra México y Uruguay ya comenzaba a disfrutar de lo que sería un nuevo título para sus vitrinas.
Aquel 26 de julio de 2015 , devolvió a la celeste al escalón más alto del podio al conseguir el oro en los Juegos Panamericanos de Toronto.
Y claro, el final fue emotivo y como los campeones eran botijas, nadie los paraba. Corrían, saltaban, celebraban con todo tipo de gestos y muecas. Se habían recibido de hombres en la cancha.
La refundación de la selección había tomado cuerpo. La semilla plantada por Óscar Washington Tabárez en 2006, que dio los primeros frutos en el Mundial de Sudáfrica 2010, promovía la reencarnación de la mejor expresión de la historia del fútbol uruguayo en un grupo de jugadores que, definitivamente, volvería a hacer latir a la Celeste en la elite.
Aquella transformación, que durante años había diseñado Tabárez en el anonimato y en la soledad del abandono que tantas veces el fútbol propone a sus protagonistas, había encontrado en el liderazgo anímico y portentoso de Diego Lugano, y el silencioso y futbolístico de Diego Forlán, los motores fuera de borda para generar una nueva época en la selección de la AUF.
Definitivamente el fuego estaba encendido nuevamente.
La década de 1990 no fue complaciente con Uruguay. Fueron más los sinsabores que las alegrías para el fútbol charrúa. Argentina había ganado la Copa América de 1991 y 1993, con lo que había superado en cantidad de conquistas (14) a la Celeste, que a su vez no había concurrido al Mundial de Estados Unidos 1994, consecuencia lógica de lo que fue la crisis desatada por el diferendo entre el director técnico, Luis Cubilla, y los jugadores uruguayos que actuaban con suceso en clubes de Europa: Nelson Gutiérrez, Enzo Francescoli, Ruben Sosa, José Herrera, Daniel Fonseca, Ruben Pereira y Carlos Aguilera.
Superada esa instancia el foco se puso en una sola cosa: ganar la Copa América de 1995, la que se disputaría en Uruguay, lo que significaba además defender el invicto que tenía la celeste por el torneo continental. Para ello se había confiado el comando de la selección nacional a Héctor “Pichón” Núñez.
El 17 de julio de 1916, Uruguay obtuvo la edición inaugural del Campeonato Sudamericano de Fútbol.
ANTECEDENTE. El histórico evento fue concebido por el uruguayo Héctor Rivadavia Gómez, exdirigente del Montevideo Wanderers y expresidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol entre 1907 y 1912, quien, ya desde sus inicios en el ente rector del balompié oriental, manifestó su intención de crear una Confederación Sudamericana y realizar un torneo de selecciones nacionales afiliadas al organismo.
Argentina brindó su apoyo y así, se proyectó el certamen para el año 1916, coincidiendo con el centenario de la independencia de la hermana República, instancia deportiva que también serviría para festejarlo.
En 1946 en el congreso de Luxemburgo, al reanudar la FIFA su actividad paralizada por la segunda guerra mundial, resolvió otorgar a Brasil la sede del campeonato del mundo para disputarlo en 1949. El atraso en la construcción del estadio de Maracaná llevó a que el torneo se postergara un año.
La organización de la misma resultó singular, un caso único hasta nuestros días: se estableció un sistema de disputa con dos fases, una inicial con cuatro grupos, y otra donde los clasificados de éstos disputarían el torneo, jugando también todos contra todos. La FIFA al principio no estaba de acuerdo.
Ya no se accedía por invitación, como muchos pueden llegar a pensar. Por el volumen de países inscriptos en un comienzo era necesaria la disputa de eliminatorias previas, quizás menos complejas pero exigidas por la FIFA. Dos grupos se armaron en América del Sur. Uno de ellos lo integraron Uruguay, Paraguay, Perú y Ecuador. En un principio el cuadrangular se disputaría íntegramente en Montevideo. La otra llave la formaron Argentina, Chile y Bolivia. Clasificaban los dos primeros de cada cuadrangular. Nunca se disputaron. Finalmente Perú, Ecuador y Argentina se retiraron.
Otra vez, la celeste rompiendo todos los pronósticos, eliminando a Argentina Campeón del Mundo con Maradona en su propia casa, y en la final a Chile, para alzar por vez 13 la Copa América. Uruguayos campeones !!!! La Copa América 1987, como tantas veces, otra vez se tiñó de celeste.
El 12 de julio de 1987, Jorge Seré, Gonzalo Díaz, José Luis Pintos Saldanha, Enrique Peña, Enrique Báez, Oscar Aguirregaray, Pablo Javier Bengoechea, Mauricio Silvera, Gustavo Dalto, Walter Peletti y Héctor Tuja se fundieron en un solo abrazo y festejaron el título de campeón de América conquistado tras vencer en el Monumental de Núñez 1-0 a Chile en la final.
No solo eso: Bengoechea fue el autor del tanto decisivo y, en los dos encuentros por el Sudamericano de mayores (iniciando con el sensacional triunfo 1-0 ante la Argentina campeona del mundo en su propia casa y liderada por el, para muchos, mejor futbolista de todos los tiempos: Diego Armando Maradona), el “Chango” Pintos Saldanha clausuró el lateral izquierdo, el “Pelado” Peña ingresó a derrochar todo su coraje y el entrenador Roberto Fleitas se consagró con sus planteos magistrales.
Por tanto, a pesar de los consabidos problemas dirigenciales, organizativos y económicos de la Asociación Uruguaya de Fútbol en la década del ochenta, cuesta creer como la mitad de ese plantel campeón y el DT apenas dos meses y medio atrás habían pasado con más pena que gloria por el Preolímpico de Bolivia, aquel que buscaba dos lugares para los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.