Puede afirmarse que el número 13 es un número de suerte en el seleccionado uruguayo.
En Copas del Mundo, pocas veces ha fallado.
Todos recordamos el penal picado de Sebastián Abreu a Ghana en Sudáfrica 2010 que depositó a la Celeste en una semifinal mundialista después de 40 años. O cuando en Brasil 2014 un juvenil José María Giménez se dio a conocer al gran público vistiendo ese dorsal (titular y figura ante Inglaterra, Italia y Colombia), por ejemplo.
Abreu también lució ese número en Corea y Japón 2002, siendo titular indiscutido.
En general, hasta que los números pasaran a ser parte del marketing deportivo de cada futbolista o un sello propio en los años noventa, el 13 en el combinado, desde que se implementó el sistema de dorsales obligatorio por parte de la FIFA para las Copas del Mundo en 1954, lo solían llevar por orden de posición los primeros marcadores centrales suplentes (backs derechos).
Por ejemplo: en Suiza 1954 le perteneció a Mirto Davoine, en Inglaterra 1966 a Nelson Díaz, en México 1970 a Rodolfo Sandoval, en Alemania 1974 a Gustavo de Simone, en México 1986 a César Vega y en Italia 1990 a Daniel Felipe Revelez.
Sin embargo, existió una ocasión en la que el cuerpo técnico oriental, dominado por la superstición, esa que indica que el número 13 representa tradicionalmente la mala suerte, la “yeta”, el mal presagio, decidió, incluso por encima de la F.I.F.A., obviar ese dorsal.
Aquello ocurrió en el Mundial de Chile 1962.
La historia es la siguiente…
Uruguay volvía a una Copa del Mundo tras el fracaso de cinco años atrás cuando, disputando por primera vez las Eliminatorias sudamericanas (1957), quedó afuera de la cita de Suecia 1958.
Los charrúas, que iban a medirse a Colombia, Yugoslavia y la Unión Soviética, buscaban revitalizar su prestigio a nivel planetario, ya que la última participación en el magno torneo databa de ocho años atrás, con el 4º puesto obtenido en Suiza 1954.
De forma curiosa para lo que podría entenderse en la actualidad, en 1962 el seleccionado fue dirigido por un triunvirato: Hugo Bagnulo, Juan López (DT campeón del mundo en 1950) y Roberto Scarone, siendo el Preparador Físico Carlos A. Moreira. A ellos se les sumaron los kinesiólogos Carlos Abate y Héctor Cocito.
Los convocados, todos del medio local como estipulaba el reglamento, fueron:
Arqueros:
Roberto Sosa (Nacional)
Luis Maidana (Peñarol)
Centrales:
Horacio Troche (Nacional)
Emilio Álvarez (Nacional)
William Martínez (Peñarol)
Ruben Soria (Cerro)
Laterales:
Mario Méndez (Nacional)
Pedro Cubilla (Rampla Juniors)
Edgardo González (Cerro)
Eliseo Álvarez (Nacional)
Mediocampistas centrales:
Néstor Gonçalves (Peñarol)
Ruben González (Nacional)
Punteros:
Domingo Pérez (Nacional)
Luis Cubilla (Peñarol)
Ronald Langon (Defensor)
Guillermo Escalada (Nacional)
Interiores:
Julio César Cortés (Sud América)
Pedro Rocha (Peñarol)
Mario Bergara (Nacional)
Ángel Ruben Cabrera (Peñarol)
Centrodelanteros:
José Sasía (Peñarol)
Héctor Silva (Danubio)
Con los futbolistas designados y las posiciones resueltas, le entrega de números era la tarea más sencilla de todas: los titulares llevarían del 1 al 11 y los suplentes se nominarían del 12 al 22.
Es decir: arqueros 1 y 12; backs 2, 3, 13 y 14; laterales 4, 6, 15 y 17; volantes centrales 5 y 16; entrealas 8, 10, 19 y 21; wingers 7, 11, 18 y 22 y centrodelanteros 9 y 20.
No había más que discutir.
Sin embargo, a uno de los integrantes del cuerpo técnico-su nombre nunca fue develado-, convencido de la efectividad de las cábalas que implementaba en su profesión, de repente le asaltaron las dudas: “¿Y si el 13 de verdad es `yeta´?” Claramente, era un hombre creyente de la maldición del número y de aquellos factores esotéricos extra fútbol. Tanto, que fue él por su cuenta quien decidió, a la hora del reparto, sacarlo de circulación, incluso cuando la F.I.F.A. lo exigía por reglamento (la numeración siempre debía ser correlativa).
Así, un día antes de partir, se anunciaron los números, con una rareza: no había 13.
La suposición inicial pudo haber sido que William Martínez, quien debió llevarlo, fue el que pidió no vestirlo, pero no. El “Güiyan” no andaba en esas cosas. Ni se le pasó por la cabeza. Aquello fue obra del cuerpo técnico, pedido que la A.U.F. adoptó y que, a las cansadas, la F.I.F.A. insólitamente acabó aceptando.
Así, la lista salteó el número 13 y eso obligó a que existiera por primera vez en la historia de los torneos mundiales, un número 23, que en este caso le tocó al último jugador de todos los de la nómina, el puntero izquierdo suplente: Guillermo “Chongo” Escalada.
La numeración oriental, entonces, fue la siguiente:
Chile 1962
1 – Roberto Sosa (Nacional)
2 – Horacio Troche (Nacional)
3 – Emilio Álvarez (Nacional)
4 – Mario Méndez (Nacional)
5 – Néstor Gonçalves (Peñarol)
6 – Pedro Cubilla (Rampla Juniors)
7 – Domingo Pérez (Nacional)
8 – Julio César Cortés (Sud América)
9 – José Sasía (Peñarol)
10 – Pedro Rocha (Peñarol)
11 – Luis Cubilla (Peñarol)
12 – Luis Maidana (Peñarol)
14 – William Martínez (Peñarol)
15 – Ruben Soria (Cerro)
16 – Edgardo González (Peñarol)
17 – Ruben González (Nacional)
18 – Eliseo Álvarez (Nacional)
19 – Ronald Langon (Defensor)
20 – Mario Bergara (Nacional)
21 – Héctor Silva (Danubio)
22 – Ángel Ruben Cabrera (Peñarol)
23 – Guillermo Escalada (Nacional)
La historia pasó desapercibida por un detalle no menor: Escalada no jugó ni un minuto en el certamen.
Para el siguiente Mundial, el de Inglaterra 1966, la F.I.F.A. se puso definitivamente seria y le hizo llegar a todas las federaciones la resolución de que no iban a existir nuevos beneficios en los temas de numeración: se deberían nominar, sin excepción, todos los planteles del 1 al 22.
El último detalle es el más importante: el de Chile 1962 fue, hasta ese momento, el peor torneo mundial que Uruguay disputó en su historia, ganando un partido, perdiendo dos y quedando eliminado en fase de grupos. Sí, aún sin el “maldito” 13 en la delegación.
Queda claro que las cábalas, los números malditos, la “yeta” y tantas otras cosas no son más que el producto de la imaginación de los seres humanos, que nada tienen que ver con la realidad de los éxitos deportivos, más allá de brindar «seguridades».
Profesionalismo, trabajo, dedicación, entrenamiento, mentalidad, ganas de superación y deseo de victoria son las mejores cábalas para entrar a una cancha de fútbol.
AUTOR: PABLO VEROLI