No, no fueron los seis goles de Dinamarca en 1986. Tampoco la derrota ante Francia en 1985 por la final de la Copa Artemio Franchi. Mucho menos la caída ante Brasil en el Maracaná en la definición de la Copa América 1989.
No. El golpe más doloroso que recibió la Celeste en toda la década del ochenta fue la derrota 2-1 ante Perú en el Centenario el 23 de agosto de 1981 por la segunda fecha de las Eliminatorias rumbo a la Copa del Mundo de España 1982.
¿Esa caída dejó afuera al seleccionado nacional? No, pero lo dejó groggy y el beso a la lona estaría a punto de llegar.
Pero antes de aquel fatídico encuentro, tenemos que ponernos en contexto.
El título de la Libertadores conquistado por Nacional apenas un año atrás había devuelto la Copa a Uruguay después de nueve años y había reverdecido el prestigio oriental en el continente, hasta ese momento apenas sostenido por las grandes actuaciones de la Sub 20 campeona sudamericana en 1975, 1977 y 1979.
La pésima campaña de lo mayores en Alemania 1974 y la eliminación del Mundial de Argentina 1978 habían sido dos cachetazos difíciles de asimilar para el balompié charrúa.
TODO CAMBIA. Mientras los juveniles seguían ganando y hasta siendo protagonistas en los mundiales de la categoría, destacando el tercer puesto en Japón 1979 y el cuarto lugar en Túnez 1977, y Nacional inauguraba la década con la gloria ampliamente buscada desde hacía mucho tiempo por los clubes locales, la Selección retornó a los primeros planos con la conquista de la Copa de Oro de Campeones Mundiales 1980 en el mes de enero de 1981.
Los vencedores tricolores se sumaron a muchos campeones sudamericanos juveniles y a otros hombres más experimentados como Walter Olivera, Nelson Marcenaro y Jorge Siviero y, bajo la dirección técnica de Roque Máspoli, vencieron a Países Bajos, Italia y Brasil para coronarse merecidamente como los mejores, colocando a la Celeste nuevamente en la primera plana mundial.
Apenas un mes después, Nacional derrotó al Nottingham Forest 1-0 en Tokio y se consagró por segunda vez campeón intercontinental.
Para completar la faena, la Selección Sub 20, goleando 5-1 a Argentina en el último duelo en Ecuador, volvió a gritar campeón sudamericano, con una nueva camada de excelentes jugadores liderada nada menos que por Enzo Francescoli.
Pocos meses después, se confirmaba el regreso al medio local de Fernando Morena tras su etapa en el fútbol español, potenciando a Peñarol y prestigiando nuestra Liga.
El inicio de la década no podía ser mejor a nivel de clubes, Selección y juveniles.
Todo aquello llevó a que la clasificación a España 1982, a disputarse entre julio y setiembre de 1981, se diera por hecho. La confianza estaba por las nubes.
Ni siquiera fue mayor problema que los nuestros quedaran encuadrados en el «Grupo de la muerte» del continente junto a Perú (con la continuación de la mejor generación de futbolistas de su historia y protagonista en mundiales recientes) y Colombia (aún no una potencia, pero creciendo de forma imparable desde los años setenta). Tan solo cuatro partidos alejaban al combinado de España, donde con las últimas pinceladas de los viejos cracks, con la vigencia de los maduros, con la segura presencia de Morena y con la pujanza de los campeones juveniles de los últimos años, se realizaría, sin duda, una muy buena campaña.
Además, entre abril y agosto de 1981 se habían disputado un total de siete encuentros amistosos ante clubes y el representativo de Chile (dos veces), con seis triunfos y un empate.
¿Qué podía salir mal?
Sin embargo, habían existido algunos pequeños llamados de atención en los últimos meses que no fueron atendidos.
A comienzos de abril, el goleador de moda en el fútbol sudamericano y también sensación en Europa tras su actuación en el «Mundialito» (fue goleador del certamen), Waldemar Victorino, fue apartado por un acto de indisciplina de su club, Nacional, al que, con sus tantos decisivos, le había dado la Libertadores y la Intercontinental.
Durante meses y antes de las Eliminatorias, Victorino, en su esplendor, estuvo parado, sin ver acción alguna; recién después de las clasificatorias pondría rumbo al Deportivo Cali de Colombia, país que comenzaba a jugar fuerte económicamente hablando.
Venancio Ramos y el «Indio» Olivera, titulares en la copa que por única vez reunió a todos los campeones mundiales, quedaron fuera de la lista por lesión mientras que Hugo de León ya se encontraba en Brasil, aunque llegó como «repatriado» para el petit torneo. Y si bien «Cacho» Blanco, aún veterano, se encontraba en un gran momento de forma como para reemplazar a Olivera, los tricolores ya no eran la maquinita de pocos meses atrás.
El nivel de juego celeste tampoco era el mismo a esas alturas más allá de los resultados y aquello se vio reflejado en el primer juego de la serie el 9 de agosto de 1981 ante Colombia en un Centenario colmado por casi 70.000 espectadores.
El equipo era prácticamente un calco de la Copa de Oro: Rodolfo Rodríguez; José Moreira, Juan Carlos Blanco, Hugo de León, Daniel Martínez; Eduardo de la Peña (58´ Jorge Barrios), Ariel Krasouski, Ruben Paz; Ernesto Vargas, Waldemar Victorino y Julio César Morales.
Además, el resto de los integrantes del plantel conformaban un buen respaldo: Fernando Alvez, Víctor Hugo Diogo, Washington González, Nelson Marcenaro, José Luis Russo, Nelson Agresta, Luis Fernández, Eber Bueno y Jorge Torres. ¿Había más para traer? Pudo ser Antonio Alzamendi en la punta derecha, pero no jugaba en el combinado desde 1978, no integraba el núcleo del «Mundialito» y actuaba en el extranjero (Independiente de Avellaneda). Quizá Juan Ramón Carrasco, también en la vecina orilla y en situación similar a la del «Hormiga».
A su frente, una Colombia que venía de igualar en el debut 1-1 ante Perú en casa (un resultado favorable a lo nuestros) y que era dirigida por Carlos Salvador Bilardo, viejo conocido de los orientales, un detalle no menor. En el arco, la garantía de un viejo conocido charrúa como Pedro Zape y, en ofensiva, un delantero de primer nivel: Willington Ortíz. Quizá sin un nivel superlativo, pero también destacaba en el centro de la defensa un tal Francisco «Pacho» Maturana.
Lo que pintaba para fiesta tras el primer gol de Ruben Paz de tiro libre a los 20´, se trastocó en drama con dos tantos «cafeteros» a los 40´ y 57´.
Algo no andaba bien. Sin embargo, el last dance del «Cascarilla» Morales salvó por los pelos a la Celeste con el empate, de penal, a los 79´, y con el agónico gol del triunfo a los 87´.
Se sabía que no iba a ser fácil, pero tampoco tan dramático. Como fuera, los primeros puntos estaban en casa.
El 16 de agosto, Perú hizo lo suyo en Lima y eliminó a Colombia imponiéndose por 2-0.
ASÍ PASÓ. El domingo 23 de agosto se diputó el duelo clave de aquel grupo sanguinario, mientras en otros Brasil se floreaba ante Bolivia y Venezuela y Chile no sufría demasiado con Paraguay y Ecuador.
Nuevamente 70.000 almas en el Centenario con el chileno Juan Silvagno de árbitro.
Rodolfo Rodríguez; José Moreira, Juan Carlos Blanco, Hugo de León, Daniel Martínez; Jorge Barrios (53´ Eduardo de la Peña), Ariel Krasouski, Ruben Paz; Ernesto Vargas (65´ Eber Bueno), Waldemar Victorino y Julio César Morales fue el once de Máspoli.
La alineación presentaba un cambio: ante el consabido juego de toque de los incaicos, el gran Roque decidió reforzar la zona media agregando un marcador más, Barrios, en lugar del dinámico peón de brega De la Peña. Sin embargo, el «Chifle» anduvo de aquí para allá, corriendo detrás de la pelota, lo que dejó en total abandono al más posicional Krasouski, por lo que el mediocampo fue prácticamente una zona de paso para los adversarios.
Si bien Perú desde tiempos inmemoriales fue un proto Brasil al imitar su forma de jugar, lo era aún más ahora con jugadores de enorme técnica y con el norteño Tim, de dilatada trayectoria en el fútbol sudamericano, al frente del equipo.
Ya no estaban los Cubillas, los Sotil, los Muñante, los Percy Rojas, ¿pero quién podía despreciar a este cuadro que aún hoy es de los mejores de la historia del Perú? Ramón Quiroga; Jaime Duarte, Rubén Díaz, Héctor Chumpitaz, Roberto Rojas; César Cueto, José Velásquez, Julio César Uribe; Gerónimo Barbadillo, Guillermo La Rosa (65´ Jorge Olaechea) y Juan Carlos Oblitas. Quiroga, Duarte, Chumpitaz, Rojas, Cueto, Velásquez, La Rosa y Oblitas habían actuado, más allá del escándalo final, en Argentina 1978.
Y fue un desastre porque Uruguay no solo perdió sino que fue dominado por completo por los peruanos. Fue una clase de toque, circulación, precisión, velocidad y golpes en el momento exacto. El descuento de Victorino, más a empuje que a otra cosa, fue un aliciente para buscar el empate, pero no hubo caso: fue imposible. Vencidos, dominados y con un pie afuera del Mundial.
Los once peruanos, que marcaban en zona, tenían una cualidad: en mayor o menor medida, todos eran futbolistas técnicos, ningunos «chambones» con la pelota.
Otra curiosidad es una variante táctica que hoy parece normal, pero que otrora no lo era tanto: jugar a perfil cambiado. El volante por izquierda incaico, el «10», era Uribe (aunque usaba la «9»), pero era diestro. Caso contrario al de Cueto, que era zurdo y jugaba por la diestra. Claramente para los marcadores rivales era más difícil de interpretar sus intenciones.
A la técnica le sumaban la velocidad y la dinámica. En el centro del ataque, La Rosa era una mole, pero ningún «tronco».
Y por si les faltara algo, tenían picardía: Chumpitaz y Velásquez manejaban la situación y Quiroga, el de los seis goles de Argentina en 1978, y quizá por ser argentino, era uno de los arqueros que más tiempo hacía en Sudamérica cuando no se los amonestaba ni «apuraba» para sacar y cuando no existía la regla de los seis segundos.
¿Y Uruguay? Maniatado. Sorprendido. Desbordado. Paz tomó la manija, pero poco pudo hacer. El mediocampo quedó huérfano, los centrales terminaron expuestos, los laterales no pudieron dañar con sus trepadas, si bien «Chico» Moreira lo intentó, y, a pesar de que Vargas se mostró empeñoso, los punteros no desnivelaron. Victorino quedó aislado aunque la única que tuvo, la mandó adentro.
Es cierto que al principio la Celeste lo buscó por las puntas y que un zurdazo de Paz pasó muy cerca, pero poco a poco las cosas comenzaron a cambiar. Barbadillo probó de afuera con un disparo de zurda tras un rebote. Poco después, Oblitas habilitó a Uribe en el área y este la mandó por arriba.
Y a los 40´, el primer tanto, que fue muy bonito porque combinó velocidad, precisión y potencia. Por la banda izquierda, en la mitad de cancha, Uribe encaró a Barrios por la línea. Apareados, clavó el freno, giró, se perfiló con su pierna buena (la derecha) y cedió un pase quirúrgico a Oblitas, que se escapó y alargó para La Rosa. El «tanque» inca ingresó apenas al área y, ante el intento de cierre desesperado de Hugo de León, sacó un potente derechazo que batió a Rodolfo Rodríguez. Enseguida, y con los orientales acusando el golpe, casi anotan el segundo en gran corrida de Oblitas.
Al instante, se reclamó un penal a Victorino, aunque no lo pareció.
El descanso no solo no despertó a Uruguay sino que dos minutos después de la reanudación, llegó otro golpe al mentón: por la derecha, Velásquez, a pura velocidad, combinó con Barbadillo y, cerca del área, cedió para el ingreso de Uribe por el centro y el mismo volante ofensivo, de zurda, colocó abajo contra un palo el balón. 0-2.
¿Qué siguió? Un Uruguay desordenado, a base de empuje, pero sin claridad en los últimos metros buscando el descuento, quedando expuesto a la velocidad y el toque peruano, que no se resguardó en zona defensiva. Algunos intentos a distancia charrúas, centros sin peligro.
Pero a los 64´, en una jugada made in Nacional, Moreira avanzó por derecha, levantó un medido centro al corazón del área, Victorino la bajó con el pecho, desairó a su marcador y descontó. 1-2 y casi media hora por jugar.
Cuando faltaban 9´, con mucho fervor y poca prolijidad, la Celeste siguió yendo arriba, y «Cascarilla» sacó un remate cruzado que Paz mandó a la red ingresando por el segundo palo. Sin embargo, fue anulado por un claro offside.
El mismo Morales pudo igualar con un cabezazo débil que atrapó Quiroga, quien ya se había cansado de perder tiempo.
Perú ya había decidido cuidar el triunfo, aunque Uribe siempre rondaba en el ataque, en plena tarea de fajina con De León.
Eduardo de la Peña aportó su cuota de empuje y rebeldía desde su ingreso por «Chifle» Barrios en el complemento, pero no logró desnivelar al igual que Eber Bueno, quien sustituyó a Vargas.
Sin más, se fue el partido.
«El Comercio» de Perú no dudó: «¡Hazaña de Perú en el Centenario! Se agrandó Perú y derrotó a Uruguay». «Perú jugó uno de los mejores partidos de los últimos tiempos y derrotó 2 a 1 a Uruguay sin dejar ninguna duda ni sospecha de la legitimidad de la victoria. (…) cumplió con los preceptos futbolísticos que se había propuesto. Atacar, no venir a replegarse para buscar el empate (…) Además Perú tocó bien la pelota y supo mandar en el terreno de juego. Los uruguayos no se esperaban ésta».
SE TERMINÓ. Bien, a pesar de todo, la Celeste no estaba eliminada bajo ningún concepto de España 1982, pero para sellar el pasaje a la «Madre Patria» debía ganar sus próximos dos encuentros, ante el mismo Perú en Lima y ante Colombia, ya eliminada, en Bogotá.
Pero no hubo milagro: el 0-0 ante los incaicos sentenció a Uruguay (6/9) y, ya sin nada por qué jugar, otro empate, esta vez 1-1 ante los «cafeteros» (13/9), cerró la primera gran catástrofe futbolística de los ochenta, que se sumaba a la eliminación del Mundial de Argentina 1978, y que vino a cortar con el espectacular impulso renacentista de nuestro fútbol.
«La eliminación me afectó como nos pasó a todos quiénes estábamos en el grupo, como por supuesto, le pasó a todos los uruguayos. Pero el fútbol siempre tiene revancha. Los jugadores lo sabemos muy bien. Conversamos mucho sobre el punto», dijo en su momento Victorino.
En su editorial para el periódico «Últimas Noticias», Elbio Nadales pidió poner «los pies sobre la tierra» y no festejar por adelantado. «La amarga experiencia de las eliminatorias para la Copa del Mundo es muy reciente», añadió.
«Pongamos los pies sobre la tierra. Nos parece que ya es el momento. Más que eso, creemos que eso debimos hacerlo cuatro años atrás. Cuando la ignominia fue peor. Cuando nos quedamos fuera del Mundial de aquí al lado. Apenas «cruzando el charco”. Eliminados por Bolivia. Aunque la eliminación empezó antes. Comenzó en Caracas. Cuando la bisoña representación venezolana nos empató un partido que nosotros debíamos haber ganado sin ningún problema.
Elbio Nadales, «Últimas Noticias»
Estamos de acuerdo que esta vez no nos tocaron las ´cenicientas´ del subcontinente americano. Que en esta oportunidad debimos medirnos con otros rivales. Que por supuesto calzan mayores puntos que aquéllos. Pero así y todo, no conocemos a nadie que en este país, a priori, no descontara nuestra clasificación para España ’82 a expensas de colombianos y peruanos. Así nos fue…».
Aquel golpe, de todas formas, se mantendría como el más fuerte y doloroso de toda la década ya que los clubes locales continuarían sacando la cara por el balompié de nuestras tierras (Nacional conquistó, en los ochenta, dos Libertadores, dos Intercontinentales, una Recopa y una Interamericana; Peñarol dos Libertadores y una Intercontinental; Danubio llegó a una semifinal de Libertadores) y la clasificación rumbo a las Copas del Mundo de México 1986 e Italia 1990 fueron un hecho (más allá de las opacas performances en las contiendas planetarias), añadiendo nada menos que dos títulos de Copa América (1983 y 1987) y un vicecampeonato (1989).
AUTOR: PABLO VEROLI