Uruguay acaba de derrotar 2-1 a Brasil en Maracaná. En pleno llanto y emoción celeste, Obdulio Varela levanta al autor del gol del siglo, Alcides Edgardo Ghiggia. Luego aparece Julio Pérez, para muchos la figura del encuentro que se transformó en hazaña.
En su espalda se puede ver el número 8 de su camiseta celeste, pero está estampado en un parche blanco, ya que no estaba disponible su casaca original (había desaparecido días antes), por lo que hubo que modificar otra para que pudiese ingresar al campo de juego (Ernesto «Matucho» Fígoli recortó el «8» de la casaquilla 18 y lo estampó en una nueva sin número).
La Copa del Mundo de Brasil fue la primera que incorporó la numeración de camisetas, pero en este caso sin una lista previa, por lo que, dentro del rango 1-22, los futbolistas podían salir a la cancha con cualquier dígito. Menos Estados Unidos, cuyos jugadores actuaron con diversos números, el resto de los seleccionados se rigió dentro de la escala 1 al 11 y por orden de posiciones.
Por tanto, y apelando a la clásica estrategia de 2-3-5, la Celeste no presentó nunca dudas: Máspoli y Paz utilizaron el 1, Matías González el 2, Eusebio Tejera el 3, Juan Carlos González y Schubert Gambetta el 4, Obdulio el 5, Víctor Rodríguez Andrade el 6, Ghiggia el 7, Pérez el 8, Oscar Míguez el 9, Juan Alberto Schiaffino el 10 y Ernesto Vidal y Ruben Morán, el 11.
El orden de posiciones marcaba el número del jugador y, en épocas en que los dígitos solo servían para eso, para distinguir a los actores y en los que no tenían asociada ninguna carga especial o marketinera como en la actualidad, a la mayoría no le interesaba el tema numérico, empezando por los futbolistas. Con los años, el 5 se asociaría a Obdulio, quien en casi dos décadas de carrera apenas si en un lustro utilizó numeración.
En 1950, en el combinado a nadie le interesó este asunto… salvo a uno: Julio Pérez.
Desde los inicios de nuestro fútbol, los sistemas tácticos fueron variando dentro de una estrategia similar: 2-3-5, hasta la década del cincuenta del siglo pasado.
Por ejemplo, la pareja de backs actuó más en línea o con líbero y stopper, los halves fueron más o menos defensivos, el centre-half más cercano a la línea de backs o más adelantado…
El centre-forward, que comenzó actuando más retrasado con José Piendibene como máximo exponente, se adelantó con el paso de los años, iniciando este cambio con Pedro Petrone.
Los wingers se mantuvieron adelantados, pero quienes se retrasaron fueron los entrealas, que de ser delanteros netos comenzaron a retroceder un poco más en la cancha para adquirir otras funciones tácticas.
Por ejemplo, uno de los dos insiders comenzó a tener una tarea mayormente mixta, al que se denominó «peón de brega», siendo Pedro Cea un caso típico, el hombre de más despliegue, de ataque, pero con un compromiso un poco más defensivo.
Generalmente, el entreala derecho era el que cumplía ese doble rol, aunque siempre con primacía ofensiva, que quede claro, mientras que el izquierdo tenía menos ataduras y mayores libertades ofensivas.
«Pataloca» Pérez, o el «Loco», como también le decían por su juego desfachatado, de gambeta pura, de imprevisivilidad ofensiva, era un entreala izquierdo nato.
Sin embargo, tenía otra cualidad: era bastante «eléctrico», por lo que disponía de un mayor despliegue que un insider más clásico.
Fue por ello que le daba una doble opción a los entrenadores, que valoraban mucho sus virtudes.
El crack nació en el barrio Lavalleja de Montevideo el 19 de junio de 1926, fecha patria, el natalicio de José Gervasio Artigas y, por ello, su progenitor no quiso deshonrar la memoria del padre de la patria y nombró a su hijo Julio Gervasio.
Después de pasar por los clubes Última Hora (Extra) y Edison (Liga de Montevideo), arribó en 1944 a Racing, donde debutó profesionalmente en 1945 en la Segunda División.
“Me fui a probar a las inferiores de Racing, acá en Sayago, y me dejaron en la Cuarta de half izquierdo; o si lo prefiere Ud. de marcador de punta derecha, como dicen ahora los fenómenos. Ese año, el equipo se fue a la ´B´. Al siguiente, Lorenzo Fernández, que era el técnico, me sube al primero y me pone de entreala izquierdo, con el diez, porque yo a la derecha no quería jugar», rememoró en entrevista a «Estrellas Deportivas» en 1977.
En realidad, el «Gallego» nunca le dio ninguna camiseta numerada porque los números en los clubes de nuestro país comenzaron a utilizarse recién en 1950 y, en la Selección, de forma experimental tras la modalidad que ya se estaba globalizando, en 1948.
En el citado 1948, Julio llegó a River Plate, donde se convirtió en uno de los mejores exponentes del medio local actuando en su clásica posición.
Sin embargo, ya era un hombre reconocido, llegando a debutar en la Selección el 29 de marzo de 1947 ante Brasil en el estadio Pácaembú de San Pablo por la Copa Río Branco (0-0). Anteriormente, el 11 de febrero del mismo año había actuado en un internacional «B» ante la Selección Rosarina en el Centenario (2-1).
A comienzos de 1950 pasa a Nacional, pero el primer semestre fue dedicado íntegramente al combinado y a su tumultuoso preparativo rumbo a la Copa del Mundo de Brasil.
Sin Walter Gómez, transferido a River Plate de Argentina a comienzos de año; sin José «Loncha» García, en camino a Bologna de Italia; con un Juan Burgueño que no acababa de convencer; ni teniendo la chance de convocar a Juan Eduardo Hohberg que aún no estaba nacionalizado, el puesto de entreala derecho había quedado huérfano.
Como Schiaffino era una pieza insistutuible en el ala izquierda, a «Pataloca» había que cambiarle la posición y pasarlo a la derecha, donde podría desplegar su dinámico y endemoniado juego.
Sin embargo, en muchos amistosos previos y ante la ausencia de «Pepe», Pérez, que si bien contaba para el combinado, pero aún no como indiscutido, se ubicó en la izquierda, de donde le costaba salir.
Pero nada fue fácil para el crack y la sombra de Hohberg, el único integrante de la formidable y ya legendaria delantera de Peñarol de 1949-que era la base del combinado-, que estaba ausente por fuerza mayor, no cesó de perseguirlo hasta el final.
«Con la preselección no pasaba nada. Era un desastre. La delantera estaba armada con la base de los jugadores de Peñarol, y a mí no me ponían. Yo siempre estaba de suplente, mascando el freno de la bronca. Me acuerdo como si fuera hoy : jugábamos un partido de práctica, el equipo era un desastre y cuando volvíamos al vestuario, muchos de los cronistas que después lloraban con el triunfo, a toda voz decían : ´hay que sacarle la carta de ciudadanía a Hohberg y ponerlo, porque esto no camina´. Los miraba y no me podía aguantar. Yo pensaba que si me daban la oportunidad y no caminaba, estaba bien que llamaran a Hohberg ; pero todos pedían al cordobés y yo seguía sin jugar, sin poder demostrar si valía o no. Así pasaron varios meses. El técnico que estaba en ese momento me tiraba al medio. No me ponía. ¡Pero no me pregunte el nombre porque no se lo voy a dar! ¡Yo no le hago el caldo gordo a nadie…! (…) Les gané por cansancio. Después de tantas pruebas y fracasos, no tenían más remedio que meterme. Fue en un partido que jugamos en el Interior y ahí comenzó la amistad con Miguez. Primer tiempo : 0 a 0. Para el segundo me ponen. Piso la cancha y el Omar me dice : ´Pibe, quedate al lado mío a ver si cambiamos la cosa´. ¡Paaa! La rompimos. Hicimos cinco goles y todos volvieron locos de la vida. Yo seguí aguantándome piola. Sabía que el técnico me tenía bronca y en cualquier momento me iba a bombear. Así, fuimos a Brasil a jugar la Copa Río Branco y enfrentarnos con Paraguay por una de esas Copas que se jugaban antes. Contra los paraguas debuté oficialmente con la celeste. Ganamos. Frente a Brasil también salimos adelante y perdimos ahí. Yo jugué muy bien en los tres partidos y cuando retornamos me propuse hacerme valer. ¡Quería cobrarme las cuentas! Me fui a la Asociación y hablé dos horas con el presidente, Batlle Pacheco, para decirle que renunciaba a la Selección. Que no quería jugar el Mundial. Que no me sentía capaz de defender la celeste. Don Batlle Pacheco se puso como loco ; me dijo que yo era el titular indiscutible, que me fuera a entrenar. Yo le dije que no y me fui. ¡Que llamaran a Hohberg!”
Julio Pérez a «Estrellas Deportivas» (1977)
Con la batalla ganada a los escépticos y como un Mundial era un Mundial y ahí no había de puestos que valieran, Julio comenzó a vislumbrar que era la pieza que faltaba para completar un mortífero ataque celeste, lo que no impidió que a la hora de la repartija de números, se molestara.
¿La razón? Él mismo la cuenta.
«Al número ocho le tenía bronca. Lo veía y me daba asco; me parece que me ataba a una función defensiva y lo que yo quería era jugar, correr, estar en todos lados. ¡Todavía no sé cómo jugué en Maracaná con esa camiseta! Cuando llegué al primero era muy torpe. Acostumbrado al campo, hacía lo que quería. Me olvidaba de los demás y sólo me preocupaba tener la pelota y no largarla; era muy entreverado, hacía un fútbol loco, medio eléctrico…”, rememoró.
Pero como las supersticiones no existen y los números no determinan nada, con esa camiseta hizo un torneo sencillamente espectacular, ratificando el soberbio nivel mostrado en los amistosos ante Brasil por la Copa Río Branco en Río y San Pablo (4-3, 2-3, 0-1).
Un gol a Bolivia en el 8-0 y rutilantes actuaciones en el resto de los juegos, lo encumbraron.
En Nacional, al regreso de Maracaná, sí, volvió a la izquierda a lucir el 10 que tanto quería.
Fueron seis años (1950-1956), cuatro títulos de campeón uruguayo, 168 partidos, 64 goles y el recuerdo indeleble como uno de los grandes futbolistas tricolores de todos los tiempos. Posteriormente, siguió en Inter de Porto Alegre de Brasil, Sud América, Darling de Canelones y Santa Teresa de La Coronilla.
Sin embargo, su experiencia en el combinado continuó hasta 1959 entre juegos amistosos y oficiales (redondeó 22 y ocho tantos en cotejos «A»), generalmente en el ala derecha y con el 8 en la espalda, pero, curiosamente, concurrió a la Copa del Mundo de Suiza 1954 como suplente de Schiaffino en la izquierda, con la casaquilla número 21. De todas formas, un rebelde desgarro lo dejó sin ver acción en todo el torneo.
¿La curiosidad? Juan Eduardo Hohberg terminó siendo pieza importante en los dos últimos encuentros mundialistas marcando tres tantos, incluido un par ante los «Magiares Mágicos» de Hungría (2-4) en las semifinales, y haciéndolo todo con la camiseta número… 8.
AUTOR: PABLO VEROLI
Hola chicos, todo bien?
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Saludos y felicitaciones 😉
Hola, Enrico. Muchas gracias por tu comentario. Nos agrada que te guste nuestro sitio. Muchas gracias por tu sugerencia, la valoraremos. Saludos!
Alguien sabe porque llamaban cacharpa a julio?
Hola, Ignacio. A Julio no le decían «Cacharpa» (que significa algo así como «trasto»). Al que le decían así era a Ricardo Pérez, un antiguo puntero derecho de Central que siguió estando cerca de las delegaciones uruguayas, ya sea de mayores o veteranos. Los acompañaba seguido, incluso invitado por la AUF a veces. Saludos.