En las horas previas al duelo final ante Brasil por la Copa del Mundo de 1950 a celebrarse en el imponente Maracaná, el entrenador uruguayo, Juan López, solo mantenía una duda en la oncena que iba a alinear para tentar la hazaña el 16 de julio en Rio de Janeiro.
La misma respondía únicamente a factores físicos, ya que Ernesto Vidal, el wing izquierdo, titular durante todo el certamen, presentaba un fuerte dolor en uno de sus hombros, lo que lo dejaba en inferioridad para disputar un juego de semejante relevancia.
Es que para Uruguay era ganar o ganar, porque se encontraba una unidad por detrás de Brasil en la tabla del cuadrangular final (4-3), por lo que la cuenta era clara: apenas un empate le alcanzaría al dueño de casa para levantar la Copa Jules Rimet, que era lo que casi todo el mundo presagiaba antes del torneo.
De todas formas, la clásica estrategia 2-3-5 no iba a modificarse, lo que no impidió que “Juancito” analizara una y otra vez la formación propia y ajena.
De manera resolutiva, el entrenador oriental no tardó en tomar la decisión: ante la ausencia del “Patrullero” Vidal, quien ocuparía su lugar sería nada menos que el joven Ruben Moran, de apenas 19 años y perteneciente a Cerro, un puntero izquierdo que apenas cargaba con dos encuentros amistosos ante Chile sobre sus espaldas en el mes de abril de 1950, en uno de los cuales marcó un tanto (triunfo uruguayo 5-1 en Santiago).
Fue lógica por un lado su nominación, porque era el wing izquierdo natural y suplente del combinado, pero sorprendente a la vez, ya que todos esperaban el ingreso de Julio César Britos en la banda zurda, por más que integraba el plantel como suplente de Alcides Edgardo Ghiggia en la extrema derecha.
Claro, “Poroto” Britos, capaz de actuar por ambas bandas, tenía lo que le faltaba al “Tiza” Morán: experiencia y mayor recorrido. Contaba con 24 años y 10 juegos y cinco tantos oficiales sobre sus espaldas, además de haber disputado como puntero derecho titular la Copa América de Ecuador en 1947. No solo eso: vestía la camiseta de Peñarol desde el mismo 1947, aunque en 1949 había sido lo que era en ese momento en la Selección: suplente de Ghiggia.
Más allá de la sorpresa de todos, hay un apartado en la previa de esa final que engrandece la figura de López, para muchos un gran olvidado, pero al que nadie podrá quitarle su mérito en la conquista.
Es que el entrenador de raíz centralófila, planteó un cambio en la preparación del encuentro: evitó la clásica charla grupal y, la noche anterior, fue uno a uno, a conversar con los titulares para ver cómo se sentían, qué pensaban y qué precisaban para poder rendir mejor ante Brasil, a la espera del gran golpe.
“Empecé con Roque (Máspoli). Lo llevé aparte y le dije: decime qué te hace falta´. `Que no los dejen patear desde adentro del área´, me respondió. Tenía razón porque los tres centrales brasileños (Zizinho, Adhemir y Chico) eran maravillosos”, contó el DT casi 30 años después a la revista argentina El Gráfico.
Con aquello en la cabeza, supo cómo seguir.
“Entonces lo agarré a Matías González (nota: el back derecho) y le advertí: `Vos no me salís de la medialuna del área. Nunca te dejés arrastrar fuera de ella´. Era la mayor garantía”, añadió.
Si bien Matías, quien luego sería recordado como el “León de Maracaná”, no jugaba de líbero, sí se trataba del último hombre, acompañado por Eusebio Ramón Tejera un poco más adelantado.
Pero el problema de los balones al área seguiría existiendo a menos que…
“Tenía que evitar los centros al área, por la misma razón que me había dado Máspoli: eran peligrosísimos. Hablé con (Schubert) Gambetta (halve derecho). Hacé tu marca-le dije-. De su lado no tiene que llegar ningún centro. Si vienen del otro, dejá a tu hombre y cubrime el área”, sumó.
Luego fue el turno de hablar con el halve izquierdo, Víctor Rodríguez Andrade. La consigna fue clara: “Tenés que seguir a muerte a tu puntero (Friaça)”.
En el ataque, hubo otro pedido que, como el de Máspoli, fue vital para ganar la Copa del Mundo, esas pequeñas decisiones que se transforman en pilares de victoria.
Sin que López le dijera nada, Ghiggia fue sincero: “Mirá, Juan, no te enojés, pero a mí me están tirando muy adelante la pelota; deciles que me la entreguen más corta”.
Era verdad: el “Ñato” venía siendo la mejor figura celeste del certamen, pero también venía siendo sobre-explotado. Recibía constantes envíos largos para que ganara en carrera, cosa que hacía y que redundaba en goles y triunfos, pero, en resumidas cuentas, lo mandaban al “palo y palo” con su marcador, con el que debía sostener la carrera y el contacto físico, que podía derivar en fuertes faltas. Además, había que ver desde qué posición y a qué sector le llegaban los balones por la derecha.
Con un gesto de haberlo entendido todo, “Juancito” se dirigió a Julio Pérez, el genial “Pataloca”, gran compinche del wing.
“(Julio) Salí de la marcación, jugá como lo hacés en el chivero (campito), amontóname brasileños y pasale la pelota a Ghiggia”, le ordenó. También le volvió a recordar que, a pesar de sus locos deseos ofensivos, Pérez debía arrancar casi desde la mitad de la cancha, apoyando a Obdulio Varela, el gran centre-half.
A toda la línea ofensiva le recalcó que debían jugar bien abiertos, ensanchando la cancha, cerrándose cuando los locales avanzaran en ataque. Eso sí: marcando en zona, nada de hombre a hombre.
La orden cuando la pelota fuera celeste, era que el juego debía pasar inexorablemente por Juan Alberto Schiaffino, el estratega, el cerebro que hilvanaría los ataques.
A Oscar Míguez, el centreforward, no le cortó las alas, pero le pidió acompañar a los entrealas, dar opción de pase y cerrarse en el retroceso.
A Morán, solo palabras de aliento. Estaba claro que el juego no se iba a volcar sobre su sector.
¿Y a Obdulio Varela? “No había que decirle nada, para eso era el capitán”.
¿Y qué sucedió?
Pues que la estrategia y el planteamiento funcionaron casi a la perfección.
Matías y “Cato” Tejera adelantaron la línea y el área fue suya. Máspoli solamente tuvo que realizar un par de atajadas de gran valía: un cabezazo de Jair que envió al córner y un disparo envenenado desde las puertas del área grande de Chico, que también mandó al saque de esquina no sin antes llevarse un fuerte golpe al impactar con Adhemir, que entraba por las dudas.
El “Mono” Gambetta fue también decisivo por su temperamento y despliegue físico y, porque salvo en contadas ocasiones, no dejó a Chico en condiciones de enviar centros al área. No se le escapó.
Rodríguez Andrade tenía la misión de anular a Friaça y cumplió en gran medida, pero el fútbol es así: el wing derecho se escapó una vez y fue gol de Brasil, el primero de la tarde a los 47´. Eso sí, “La perla negra” charrúa fue claro al manifestar que esa mínima fracción de segundo en que descuidó al puntero se debió a que, antes de la carrera final, el balón se había ido afuera y el juez de línea había levantado la bandera, pero que luego la bajó, y que ahí había radicado su pérdida de vista del atacante norteño. Una distracción fatal.
Obdulio, el capitán, fue amo y señor de la cancha, el verdadero director de ese épico duelo. No se esperaba menos del “Negro Jefe”, el hombre que con su influencia y mentalidad, dominó la mente de propios y extraños.
Míguez, sin mayor destaque en el plano individual, cumplió una importante función táctica, mientras que “Tiza” Morán apareció muy poco y sin mucho éxito.
La clave en ofensiva estuvo en Ghiggia (ideólogo del cambio de juego), Pérez y Schiaffino.
En el gol del empate del “Pepe” a los 66´, el pase al pie que tanto reclamaba Ghiggia en el inicio de los ataques se lo dio Obdulio pasado el mediocampo. Su rauda carrera lo llevó a dejar atrás a su marcador, Bigode, llegar al fondo, ubicar a Schiaffino, que había hecho una diagonal de izquierda a derecha para ocupar el puesto de Julio Pérez, meter el centro atrás y celebrar la igualada.
El gol del siglo, como muchas veces se lo ha llamado, llegó, ahora sí de forma íntegra, de la “súplica” del “Ñato” a López.
“Ghiggia me había pedido, antes del partido, que no lo buscaran con pelotas largas, a dividir entre él y su marcador. `Que Julito me la traiga´, dijo. Y Julio Pérez cumplió. Cuando ya no podíamos seguir jugando cautelosamente, a la espera, porque necesitábamos ir al frente, a empatar y ganar, Julio se le acercó y ya Bigode tuvo que pensar en dos adversarios, no en Ghiggia solamente. Otra vez arrancó Ghiggia, lo dejó a Bigode en el camino y fue buscando el fondo. Y ahí estuvo lo importante, lo que siempre debe hacerse cuando un hombre ataca: los otros delanteros lo acompañaron. Por eso, como Barbosa tenía que cuidarse de otro pase atrás para Schiaffino, Ghiggia pudo patear al arco y meterla…”, rememoró López en El Gráfico.
Así, queda demostrado que aquello del “Maracanazo” no fue una cuestión de suerte o milagro. No. Se trató de una conjunción de factores en la que, por supuesto, el nivel de los futbolistas fue el activo más importante, pero también el estado físico y anímico y el irrefrenable deseo de vencer. Claro, también se necesitaba de una mente, una estrategia, un liderazgo para plasmar en la cancha todas esas virtudes, para maximizar las mismas y disminuir los errores. Y eso también, gracias a la capacidad profesional y humana de Juan López, lo tuvo Uruguay.
AUTOR: PABLO VEROLI
Espectacular el artículo. Cómo consiguió esos detalles del encuentro
Hola, muchas gracias por tu comentario. Los artículos dependen de cada autor, pero se realizan con muchas fuentes, ya sean diarios de la época, revistas, artículos posteriores, libros, entrevistas y, en algunos casos, por conocimiento directo con los protagonistas. Saludos.