No. Los directores técnicos hasta mediados de los años treinta del siglo XX-con suerte- no eran lo que hoy conocemos.
En realidad, eran literalmente entrenadores, hombres que eran profesores de educación física en su mayoría-aunque no era algo necesariamente excluyente- y que se encargaban de ejercitar físicamente a los jugadores. En resumen, aquellos técnicos eran como los preparadores físicos de hoy.
Aunque parezca curioso, las alineaciones de los equipos las conformaban las comisiones directivas de los clubes, eventualmente con la palabra de algunos jugadores referentes, aunque estos lo que hacían principalmente era ordenar y dar las indicaciones en los partidos-concretamente, los capitanes-.
Los dirigentes sí intercambiaban con los entrenadores para conocer el estado físico y sanitario de los futbolistas y saber quiénes estaban en condiciones de jugar o no. En ciertas ocasiones, ese entrenador podía dar su opinión del equipo, pero no tenía ninguna potestad mayor.
En la Selección Uruguaya era parecido: dominaban los dirigentes y, luego, las comisiones de Selección, quienes eran las que citaban a los players y elaboraban las alineaciones, en este caso con el apoyo de los entrenadores y con la palabra, por ejemplo, de un José Nasazzi que, como legendario capitán, tenía mucha influencia a la hora de discutir ideas con los hombres de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Cuando era necesario, el “Mariscal” conversaba con el resto de sus compañeros jugadores para ver como venía la mano a la hora de estados de ánimo, ideas de juego, etc. En la cancha, él era quien mandaba.
Por eso no hay que confundir el rol de los directores técnicos de aquella época con el de ahora. En el primer título mundial de 1924 aparece en algunas fuentes el nombre de Ernesto Fígoli como DT. Falso. “Matucho” era masajista, entre otras tareas. No hubo entrenador específico en ese certamen y la preparación física recayó en manos de Andrés Mazali, el arquero celeste.
En 1928, en cambio, sí hubo un preparador físico designado: Primo Gianotti, pero, de nuevo, era eso, no un técnico como se podría entender hoy.
Un año después, Alberto Suppici fue nominado para el cargo y hasta ya la prensa lo mencionaba como “DT”, más allá de que su rol cubría el aspecto físico aunque, es cierto, comenzó a tener mayor injerencia a la hora de opinar sobre el armado del once inicial. ¿La táctica? Eso no variaba: el 2-3-5 era inamovible en todos los seleccionados en aquel momento, con mayores o menores variantes posicionales.
Nacido en 1894, se trataba de un reconocido profesional de la educación física.
Deportista nato-destacó en varias actividades como remo, natación, boxeo, lanzamiento de disco, atletismo-, fundó el Club Plaza Colonia el 22 de abril de 1917, cuyo nombre real y original es Club Plaza de Deportes Colonia. A fines de los años setenta del siglo XX, y en reconocimiento a los aportes del profesional al deporte de la cuidad, se decidió rebautizar el estadio Campus Municipal de Colonia con el nombre Campus Municipal Profesor Alberto Suppici.
Luego de 10 años de trabajo en Colonia (1915-1925), recaló en Montevideo en 1926 donde continuó destacándose en su área siempre a las órdenes de la Comisión Nacional de Educación Física-de la que se jubiló en 1946- y en instituciones como la Asociación Cristiana de Jóvenes, y fue por ello que la AUF lo nombró en 1929 como entrenador del seleccionado nacional.
Preparó al equipo físicamente para la Copa América de 1929 en Argentina, la que fue realmente desastrosa para los vigentes campeones del mundo ya que cayeron goleados ante Paraguay (0-3), vencieron a Perú (4-1) y volvieron a caer ante el local (2-0) para despedirse con un poco honroso tercer puesto.
Sin embargo, la AUF quedó conforme con su trabajo y le ratificó la confianza nada menos que para la Copa del Mundo de 1930 a disputarse en casa.
Bajo su égida, el 25 de mayo de 1930 en el Gasómetro de Buenos Aires, los celestes igualaron 1-1 con el dueño de casa y obtuvieron la Copa Newton.
Una vez designado el plantel de 22 jugadores por parte de la Comisión de Selección, el equipo se instaló en la concentración del Olimpia en el Prado con la misión de ponerse a punto para el magno certamen.
Y allí comenzó a tallar Suppici. Al principio, todas fueron loas para con el entraineur…
“Tenemos un entraineur como lo imponen las circunstancias. Sencillamente, sin alardes de sapiencia, convertido en un camarada que aconseja en lugar de mandar, el señor Suppici gana adhesiones y simpatías. Sus insinuaciones constituyen para nosotros mandatos. (…) Soy de los que creo —y conmigo el resto de mis compañeros— que en ocasión del próximo campeonato mundial los uruguayos por primera vez se presentarán con un estado moral y físico irreprochable. (…) Tenemos un gran director. (…) Sabemos jugar y no tenemos nada que aprender. ¿Qué más se precisa, pues, para mantener bien en lo alto los prestigios conquistados en Colombes y Ámsterdam?”
Palabras de Héctor Scarone a Del Plata, 25 de junio de 1930.
Para tener una idea más cabal de cual era específicamente su trabajo, dejemos que hable Suppici…
«En cuanto a la actual concentración, la primera semana me limité a conseguir la preparación adecuada del organismo de los jugadores, para soportar luego trabajos más intensos. El segundo período, comprendió una serie de ejercicios de coordinación neuro-muscular y de reacción, terminando siempre las sesiones con ejercicios calisténicos combinados y suaves ejercicios respiratorios. Se han hecho trabajos de fondo, trotting hasta cubrir distancias de 13 kilómetros con un promedio de 6 kilómetros por hora. En cuanto a la alimentación, es sobria, de fácil asimilación, haciendo primar las verduras crudas, el pan integral, frutas frescas, etc… También les permito comer carne asada y en general procuro no introducir un cambio muy violento en las costumbres alimenticias de cada jugador. Este régimen me permite trabajar en ejercicios livianos a las dos horas y media de haber comido. Con el régimen citado se ha curado la constipación que padecían Riolfo, Lorenzo Fernández y Petrone y esto tiene vital importancia en el rendimiento futuro de los citados jugadores. He tratado de mantener el espíritu de la concentración mediante ejercicios físicos recreativos, desarrollando en toda forma el afán de cooperación. Los partidos de volley-ball, bochas, etc., han contribuido a mejorar el humor de los concentrados, teniendo estos juegos el doble fin educativo y recreativo. Los concentrados duermen unas 9 horas desde las 10 ½ de la noche hasta las 7 ½ u 8 de la mañana. Para terminar; el plan desarrollado en ésta emergencia no ha sido dejado al azar, sino que responde a un meditado estudio de las condiciones de cada jugador y de la función que cada uno deberá desempeñar. Ha obedecido pues a las leyes naturales y fisiológicas y sus resultados sin duda alguna han sido muy satisfactorios sobre todo si se tiene en cuenta que hemos contado con poco tiempo para realizarlo. Creo que los beneficios obtenidos se manifestarán sobradamente cuando los muchachos salgan a la cancha”.
Mundo Uruguayo, 10 de julio de 1930.
Con el paso de los días, mientras se ejercitaba el músculo y el clima era de gran optimismo, un suceso dramático puso en primera plana al entrenador. Una noche, el ya legendario arquero bicampeón mundial Mazali, el “colega” de Suppici en 1924, realizó una escapada nocturna de la concentración: su novia de aquel entonces-luego sería su esposa- lo pasó a buscar en plena noche oscura y allí partieron en automóvil. Para cuando regresó, todos estaban al tanto de su acto de indisciplina y la Comisión de Selección, apoyada por el “DT”, no tuvo medias tintas: lo eliminó del plantel oriental perdiéndose la chance de sumar su tercera conquista planetaria. A pesar de la intermediación de Nasazzi, Héctor Scarone y compañía, no hubo arreglo alguno: afuera Mazali, adentro Miguel Capuccini. Un cimbronazo fuerte en el plantel.
De a poco, se restauró el orden y llegó el día del debut ante Perú el 18 de julio en la inauguración del estadio Centenario. Todos dispuestos a ver a los once hombres que, con la ayuda del gran Pedro Arispe, el back bicampeón mundial que no fue seleccionado esta vez, pero que, a pedido de sus compañeros, se integró como ayudante del DT, Suppici había preparado a conciencia y que se esperaba que anduvieran como balazo. De nuevo, la alineación no la hizo él y ni siquiera impartió otras órdenes que no fueran de cuidado físico. Sí, claro está, mantuvo al tanto de todo el trabajo a la Comisión que, con la opinión de Nasazzi, nominó a los once debutantes.
Uruguay ganó 1-0 a Perú con gol de Héctor Castro, pero jugó mal y la sensación fue de decepción en todo el ambiente deportivo local. Aparecieron las dudas. Sin embargo, algunos fueron más allá y encontraron al culpable en… Suppici.
“Rasquetita” Scarone lo recuerda así…
“La vuelta a la concentración no fue alegre. Íbamos un poco apesadumbrados y muy preocupados. Sobre todo por el estado de aplomo total que demostraron tener los once que jugaron. Les pasó en el juego lo que yo denunciaba que me pasaba a mí en los entrenamientos. Al día siguiente, hubo muchos problemas. Se discutió mucho el sistema de entrenamiento aplicado por Suppici. Y se le consideró excelente para atletas pero poco apropiado para futbolistas: Sobre todo las largas caminatas, que evidentemente, fueron las que nos endurecieron. Hubo agrias discusiones; se plantearon polémicas y… para qué no decirlo, todo el ambiente estaba dominado por una especie de sensación de fracaso. Habíamos ganado en Colombes y en Amsterdam… ¿Y quién podía llegar a suponer que podíamos perder en Montevideo. (…) El chalet del Prado, hervía. Nos reuníamos diariamente para cambiar ideas, hacer planes, buscarle la vuelta al asunto que nos preocupaba”.
Acción, 22 de diciembre de 1967.
Comisión de Selección, prensa, allegados, todos querían saber que había hecho Suppici, pero él tenía que insistir una y otra vez que la preparación había sido óptima.
Con el paso de los días, Uruguay entró en caja y arrasó física y futbolísticamente para sumar su tercer título mundial consecutivo. Suppici siguió a lo suyo: su trabajo específico aunque siempre aportando algunas ideas en cuanto a las alineaciones.
Una vez finalizado el Mundial, el entrenador permaneció en el cargo hasta 1939, pero no de forma permanente ya que en algunas etapas de esa década no prestó servicios al estar actuando en clubes del medio.
Sí estuvo en la caída ante Brasil 1-2 en el Centenario por la Copa Río Branco el 4 de diciembre de 1932, en tres amistosos ante Argentina en 1933 y en la victoria por la Copa Héctor Rivadavia Gómez 2-1 ante los albiceleste en el Centenario el 20 de setiembre de 1936.
En 1937-y ya con un poco más de autoridad para dar opiniones de alineaciones y de cuestiones tácticas- comandó al elenco charrúa en la Copa América de Argentina 1937 en la que, si bien no fue positiva para los nuestros, se logró vencer al local y posterior campeón 3-2 en el Gasómetro.
La bajada triunfal había comenzado para el hombre que, igualmente, seguía al frente y cada vez más experimentado en su rol: goleadas en contra ante los hermanos platenses en 1937 por la Copa Newton (0-3, Montevideo) y la Copa Lipton (1-5, Buenos Aires), más derrotas ante los albicelestes en 1938 en sendos cotejos amistosos, y una pálida actuación en la Copa América de Perú 1939, donde la Celeste terminó segunda sin la presencia de Brasil y Argentina.
Y de esa forma llegó el final de Suppici en el combinado (1929-1939): 26 partidos oficiales dirigidos, 12 victorias, un empate y 13 caídas, pero con el título del mundo en su haber, nada menos. Añadió cuatro cotejos internacionales “B” (tres triunfos y una igualdad). Obtuvo, además, torneos menores como la Copa Newton en 1930 y la Copa Héctor R. Gómez en 1936 (siempre ante Argentina).
Sin embargo, su trabajo continuó por varios años más ya que poseía un prestigio enorme por su capacidad y su condición de ganador.
Más allá de otros trabajos no referidos específicamente a clubes de fútbol (como Neptuno y el Nacional de Regatas), dirigió a Wanderers (1937-1940; campeón de la Copa de Honor de 1937), Defensor (1934-1936), Central y Peñarol, club con el que se consagró campeón uruguayo y de la Copa de Honor en 1945 y en cuyo éxito tuvo cada vez más relevancia ya que, amén de en el apartado físico, le sumó-como pedía el momento-conocimientos técnico-tácticos para transformarse, ahora sí, en un director técnico completo, siendo el hombre que tenía potestades para poner a los once jugadores en la cancha.
Un profesional de primer nivel, respetado y querido por todo el ambiente que fallecería el 21 de junio de 1981 siendo uno de los últimos campeones mundiales de 1930 en despedirse.
AUTOR: PABLO VEROLI