¡Retirado el «Mariscal»! ¡Viva el «Mariscal»! El último partido de Nasazzi con la Celeste

El brazo derecho extendido, como tantas veces para gritar campeón. En esta ocasión, para decir adiós.

Tenía 35 años, tres títulos de campeón del mundo y cuatro de América.

Capitán indiscutido desde que debutó en el combinado en 1923, el “Terrible”, el mejor back central de la historia de nuestro fútbol, había decidido que aquellos dos serían los últimos encuentros en los que se pondría la camiseta celeste, la que él mismo se había encargado de engrandecer a niveles nunca vistos por ningún otro seleccionado.

De forma oficial, el Uruguay liderado por José Nasazzi derrotó 2-1 a Argentina en el Centenario el 20 de setiembre de 1936 por la Copa Héctor Rivadavia Gómez. No pudo ser una mejor despedida: ganando el último clásico ante el rival de todas las horas. Era lo justo.

Sin embargo, aquella fue la 40ª vez oficial que se colocó la elástica charrúa, pero no sería la última a todos los niveles.

Sucede que una semana después, el 27 de setiembre, los orientales enviarían a su representativo a jugar el clásico duelo ante el seleccionado de Rosario en el Parque Independencia.

Nasazzi: A veces «Terrible», otras «Mariscal», pero siempre «Gran Capitán».

Al no ser un combinado de un país, estos cotejos se calificaban como internacionales, pero del tipo “B”, aunque los uruguayos presentaban siempre a sus mejores exponentes y se vestían como en sus mejores galas.

A decir verdad, estos juegos lo ameritaban: los tradicionales duelos ante los siempre notables rosarinos que ya llevaban 26 años de disputa, eran de “hacha y tiza”.

Eran partidos por el orgullo y el prestigio.

La realidad es que el partido ante Argentina debía ser el último del “Gran Capitán”. Eso se esperaba, eso se decía, eso se creía. Sin embargo, fue vuelto a convocar una vez más por la Asociación Uruguaya. En cuatro días, Nasazzi lo pensó y repensó, pero nunca dejó de lado a la enseña celeste.

Así, y para despedirse también del público argentino, llegó prácticamente a último momento a la dársena para embarcarse en el vapor de la carrera rumbo a la capital bonaerense, desde donde la delegación completa pondría rumbo a Rosario.

Su presencia sorprendió a los cuantiosos aficionados allí apostados, así como a alguno de sus compañeros y a la prensa en su totalidad, que lo vieron embarcar con su pequeño maletín. No hace falta aclarar la ovación que se le tributó a la leyenda viviente en aquel instante. Por última vez, el “Terrible” capitanearía el barco del seleccionado más ganador del mundo.

Liderazgo, influencia en propios y extraños, verdadero estratega, capitán y comandante de la mayoría de los éxitos orientales más relevantes de la historia.

La delegación oriental, presidida por el Dr. Hughes y sin el concurso a último momento de Erebo Zunino, fue la siguiente:

Juan Bautista Besuzzo

Eduardo García

José Nasazzi

Agenor Muñiz

Arturo Seoane

Juan Carlos Peláez

Álvaro Gestido

Eugenio Galvalisi

Galileo Chanes

Francisco Arispe

Severino Varela

Pedro Lago

Segundo Villadóniga

Eduardo Ithurbide

Vicente José Albanesse

Carlos Servetti

Alberto Taboada

Adelaido Camaití

La Selección Rosarina tenía una fama bien ganada de no perder cuando actuaba como local. Es más: los pronósticos de los más avezados expertos era que los dueños de casa triunfarían.

El equipo que iban a presentar hablaba a las claras de sus intenciones de victoria frente al poderoso adversario. En total, eran cinco representantes de Newell´s Old Boys, dos de Rosario Central y Central Córdoba y uno de Provincial y Argentino de Rosario.

¿Querían capitanes? Con José María Minella en 1935. Uruguay campeón en Lima.

La expectativa era general y, desde temprano, 35.000 aficionados colmaron el Parque de la Independencia.

A las 15:20 horas, salieron los rosarinos. Explotaron las tribunas. Dos minutos después, los charrúas encabezados por el “Mariscal”. Aplausos para los nuestros también.

A las 15:25 horas, el juez José Arostegui, acompañado de los líneas Ernesto Marconi y José Rossi, llamó a los capitanes para el sorteo de vallas. Por última vez en su vida, Nasazzi recorrió calmadamente el pequeño trayecto hasta llegar al punto de encuentro. Mientras la afición vivaba a los suyos, el “Terrible” apretó fuerte la mano del árbitro y la del capitán rival.

¿El dato de color? Nasazzi ganó el sorteo y eligió arco.

A las 15:30 horas comenzó el juego.

Uruguay alineó a Juan Bautista Besuzzo; José Nasazzi (c) y Agenor Muñiz; Juan Peláez, Álvaro Gestido (45´ Vicente Albanese) y Galileo Chanes; Francisco Arispe, Severino Varela, Pedro Lago (45´Alberto Taboada), Segundo Villadóniga (84´Carlos Servetti) y Eduardo Ithurbide.

Rosario puso en cancha a Ernesto Funes; Justo Lescano e Ignacio Díaz; Alfredo Díaz, Rodríguez, Dante Bianchi; José Villarino, Vicente De la Mata, Eduardo Gómez, Francisco Castro y Plinio Garibaldi.

La presencia del entreala derecho De la Mata era intrigante en filas locales. Tenía apenas 18 años, era delgado como el mimbre y todavía defendía los colores de Central Córdoba. Un año después, sería transferido a Independiente de Avellaneda, institución en la que se convertiría en uno de sus máximos ídolos de todos los tiempos.

A la izquierda, Gabino Sosa. A la derecha, otro grande de la historia del fútbol rosarino y argentino: un jovencísimo Vicente De la Mata, alias «Capote».

Bajo su batuta, el dominio comenzó siendo rosarino. Uruguay se repliega un poco, buscando contener a los rivales, que son alentados de forma permanente por su hinchada. La Celeste responde como puede, pero “Capote” de la Mata estaba intratable. En determinado momento, eludió a Chanes y dejó en posición franca a Gómez, pero cuando este ya saboreaba el tiro, como un rayo apareció el enorme Nasazzi y le robó la pelota de una manera tan exacta que el centrodelantero ni se enteró de lo que había sucedido.

El “Mariscal” echa el equipo arriba, pero los forwards no están en su día.

De la Mata va por más… y lo consigue. Habilitado por Vallarino, se acomodó y sacó un notable remate que venció la estirada de Besuzzo. Golazo. Merecido.

A la Celeste le costó asimilar el golpe. Tanto, que la delantera continuaba anémica y las recargas rosarinas eran un peligro. Peligro que solo Nasazzi, bien ayudado por Muniz, podía desactivar.

Uruguay estaba groggy.

“A los 36 minutos se cede el primer corner. Un avance rosarino es detenido por Peláez, quien se vio obligado a echar a corner. Ejecutado, Chanes aleja a medias. De la Mata se apodera de la ball y cuando se aprestaba a fusilar a Besuzzo, surge de improvisto Nasazzi y mediante inteligente y arriesgada jugada, evita la caída de la valla de su equipo”.

El Bien Público, 28 de setiembre de 1936

Pero no fue la última salvada del capitán en esa primera mitad…

“Faltando un minuto para finalizar el primer período, Castro en posesión de la pelota dejó fuera de juego a Gestido e hizo una excelente cortada a Garibaldi, quien se desplaza por un costado y cuando se disponía a rematar con grandes posibilidades de éxito, es completamente trabado en su acción por Nasazzi y Peláez, lo que motiva la silbatina del público”.

El Bien Público, 28 de setiembre de 1936

El reto del “Gran Capitán”, quien solo iba a retirarse defendiendo la casaca oriental dejando en alto los prestigios de nuestro fútbol, a sus compañeros en el descanso fue grande.

De pique, dos cambios buscando cambiar la pisada: Albanese y Taboada por el teniente Gestido y el “Mulero” Lago.

Selección Rosarina en 1935. Casaca blanca y roja a bastones verticales.

Pero hasta los 55´, no hubo caso, el guion fue el mismo: Nasazzi sosteniendo al cuadro desde el fondo y evitando los ingresos de los atacantes locales. En este caso fue Castro quien no alcanzó a rematar al arco en inmejorable posición debido a la enésima intervención del “Mariscal”.

Con el paso de los minutos, el ímpetu rosarino-y el de “Capote” De la Mata- fue dejando paso a la reacción oriental encabezada por Nasazzi. Mandó arriba a todo el cuadro aun a sabiendas que solamente Besuzzo, Albanese, Muniz y él serían el único escollo adversario. Pero no olvidemos lo más importante: estamos hablando de Don José, el más grande.

Así, a los 68´, un potente remate de Villadóniga a pase de Arispe decretó un empate muy celebrado y que había nacido desde el fondo del corazón del “Terrible”.

El gol se gritó con toda el alma porque lo ameritó: la Celeste de estar casi noqueada, pasó a noquear.

Nasazzi lo generó espiritualmente; Villadóniga la mandó a guardar.

El impulso hizo que los visitantes se fueran en busca del tanto del triunfo y casi lo obtuvieron.

Solamente hacia el final salieron del letargo los rosarinos, pero ya no iba a pasar nada ni nadie porque el capitán más ganador de la historia les había minado la confianza.

El 1-1 final no hizo más que demostrar que a los tricampeones del mundo no se les ganaba con “expertos” vociferando en la previa o subestimando el corazón de los mundialistas.

Por amplio margen, Nasazzi fue la figura de la cancha, un hombre que “accionó con la brillantez de su gran época”, según la prensa argentina.

Se fue como le que era: un grande.

Los rosarinos no lo sabían, pero él sí. Así también sus compañeros, que lucharon denodadamente para que se despidiera de la mejor manera. Cumpliendo su 21º partido internacional del tipo “B” (sumado a los 40 “A”, que redondean 61 juegos entre 1923 y 1936), el “Gran Capitán” se despidió para siempre de la Celeste dentro de una cancha siendo la figura, cumpliendo con su deber, salvando la caída y propulsando el empate.

Aquella vuelta a casa fue agridulce para él. Como cuando el rey más importante y querido de la historia de un país, abdica gentilmente al trono con la tranquilidad de haber construido el imperio más grande y temible, pero dejando el paso a los príncipes que podrán llegar a igualarlo. Superarlo, jamás.

AUTOR: PABLO VEROLI

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.