No es extraño que existan campeones mundiales que no hayan disputado ningún minuto en alguno de los torneos en los que intervinieron.
La Selección, a lo largo de sus cuatro títulos del mundo, ha contado con futbolistas que, en épocas en las que no existían los cambios, no pudieron calzarse la celeste para entrar al campo.
Sin embargo, esto no le quita a ninguno el máximo orgullo.
De todas formas, existe un caso muy particular en nuestro balompié y es que hay un par de campeones mundiales que no lo fueron una vez, sino dos y sin jugar ni siquiera un minuto.
Hablamos de Zoilo Saldombide y Miguel Ángel Melogno.
Nacido en Santa Lucía, Canelones, el 26 de octubre de 1903, Saldombide se desempeñaba como wing izquierdo y, tras debutar en el Wanderers de su ciudad en 1921, arribó al «bohemio» capitalino un año después. En 1926 llegó a Nacional, donde se mantuvo hasta 1935. En 1936 se despidió en Central.
Sin embargo, no nos centraremos en su caso ya que, a pesar de no actuar en los títulos mundiales de 1924 y 1930-los dos a los que concurrió-, sí tuvo una trayectoria relativamente conocida en el combinado: entre 1922 y 1930, disputó 13 juegos oficiales y marcó tres tantos; actuó en copas rioplatenses y fue titular en la Copa América de 1926, saldada con éxito charrúa (cuatro duelos y dos tantos suyos). También formó parte del seleccionado campeón continental de 1924 (no jugó). A todo ello, le sumó 13 partidos del tipo «B» con un par de conquistas.
Vamos a centrarnos, sí, en el otro caso: el de Melogno.
Su apellido es uno de los tantos asociados a los comienzos de Bella Vista, el club de su corazón y que había visto la luz por primera vez el 4 de octubre de 1920 en la sociedad «El Moscón» y que para 1923 ya estaba jugando en Primera División (campeón de la Extra en 1921 y de Intermedia en 1922), liderado por su emblema máximo, capitán y aún centre-forward, José Nasazzi.
Junto a Miguel Ángel y el «Mariscal», sus hermanos Domingo, Alberto y Alfredo Melogno, pero también en 1923 los hermanos Romero (Raúl y Francisco), José Leandro Andrade, los hermanos Valverde (Juan y Ramón), Luis Quaglia, Adhemar Canavessi y Juan Graves, entre los más relevantes.
Nuestro protagonista jugaba de halve izquierdo y era titular ya con 18 años (nació el 13 de febrero de 1904, pero su lugar de origen aún es difícil de confirmar, citando las fuentes mayormente la ciudad de Salto).
En 1923 sumó 11 partidos con los «papales»-que, en gran campaña, finalizaron terceros, por detrás del campeón Nacional y Rampla Juniors-.
Así, su juventud, pujanza, despliegue, marca y correcto toque de balón, lo hicieron un futbolista apetecible para las convocatorias de la Celeste, con un fútbol en pleno cisma.
Con el plantel principal de gira por España y a escasos días de debutar en los Juegos Olímpicos de París, Melogno fue llamado a disputar la Copa Newton ante los albicelestes en el Gran Parque Central el 25 de mayo de 1924, en lo que fue su debut exclusivo con la malla color cielo.
Y en épocas en las que los jugadores surgían en grandes cantidades casi como por generación espontánea en nuestras tierras, un muy buen seleccionado se impuso por 2-0 a un potente representante argentino.
Máximo Maturell; Alberto Nogués, Manuel Varela; Acevedo Álvarez, Emilio Bertone, Melogno; Atilio Patiño, Arturo Suffiotti, Julio Gemelli, Camilo Bondanza y Roberto Figueroa, batieron a los albicelestes con conquistas del «Chueco» Figueroa (22´) y Suffiotti (76´). Mejor estreno, imposible: triunfo y copa.
Pero es cierto que mientras su nivel se mantenía en los «papales», continuaba siendo una tercera opción para el combinado.
Así, con el cisma en su etapa final y con Nacional en su gira europea con todos los campeones de América y del mundo, se disputó una serie de juegos amistosos ante Paraguay de visita (antes de eso, hubo dos cotejos en nuestro país). El motivo, uno muy especial: en 1924, la Copa América le correspondía celebrarla a los guaraníes en su casa, pero por problemas de infraestructura terminaron escogiendo a Montevideo como sede. Uruguay se encargó de la organización, pero el producido económico de un torneo que fue un éxito, quedó en manos de los paraguayos. Con ese dinero, refaccionaron y dejaron en muy buenas condiciones al estadio Puerto Sajonia de Asunción, al que rebautizaron, a modo de agradecimiento y homenaje a los noveles campeones del mundo, con el nombre de Uruguay. Dicho escenario pasaría a conocerse años después, más concretamente en 1974, como «Defensores del Chaco».
Los jugadores seleccionados para visitar a los hermanos guaraníes fueron los de los clubes de la Asociación que no estaban en Europa, pero destacando a dos campeones de América y del mundo como Fermín Uriarte y Zoilo Saldombide, y otros hombres de categoría que luego alcanzarían la distinción máxima como nuestro Melogno, «Quico» Canavessi y Lorenzo Fernández. Completaron la delegación para los cotejos del 16, 19 y 22 de agosto de 1925 otros jugadores con pasajes positivos por la Selección como Máximo Maturell, Juan Carlos Alzugaray, Pedro Cabrera, Juan Valverde, Roque Sosa, Alberto Aizpur, Conrado Bidegain, Américo Carbone, Pedro Minoli y José Ronzoni.
Igualmente, hay que remarcar una curiosidad: Melogno se embarcó a Asunción, pero no fue la primera opción, el titular de ese equipo charrúa no era otro que Luis Alfredo Sciutto (Nacional), quien luego, con el seudónimo «Diego Lucero», se convertiría en una de las máximas leyendas de la historia del periodismo deportivo del Río de la Plata. Una lesión de meniscos-como la que tuvieron Pedro Petrone y Antonio Urdinarán-en el segundo duelo ante los paraguayos en Montevideo, que pocos años después le haría abandonar la práctica activa del deporte, lo sacó de carrera y le abrió la puerta al halve de Bella Vista.
De no haber sido así, y si hubiese mantenido el buen rendimiento que lo había depositado en el seleccionado, quizá Diego Lucero-también conocido en su etapa en el periodismo por el seudónimo «Wing» (aunque debió ser «Halve»)- hubiese sido protagonista en 1928 y 1930 en vez de haberlo tenido que narrar para la posteridad. ¡Nunca lo sabremos!
Paraguay siempre fue un duro rival oriental y en este caso, en el estadio «Uruguay», hubo reparto total: una victoria (19/8: 1-0, gol de Bidegain), un empate (22/8: 0-0) y una derrota (16/8: 0-1).
Con el fútbol unificado, Melogno pasó al olvido por un par de años: siempre un relojito en Bella Vista, no contó para las Copas América de 1926 y 1927, pero la avanzada edad de Alfredo Ghierra y José Vanzzino hizo que se hiciera necesario un buen relevo para la zona izquierda de la mitad de cancha, que ya tenía a una nueva y joven figura como titular indiscutido: Álvaro Gestido, del Solferino.
Así, un poco por sorpresa, la Comisión de Selección le dio la primera gran alegría a Miguel Ángel: convocarlo para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928, donde la Celeste defendería su título mundial de cuatro años atrás en París.
En camino a Países Bajos, Uruguay disputó tres amistosos en Francia: dos ante el Havre AC (6-0 y 8-1) y uno ante el Stade Havrais, que se saldó con otro implacable resultado: 9-0, el 2 de mayo de 1928 en el Stade de la Cavée Verte, de Le Havre. Aquel, un amistoso «B», sería el único encuentro que Melogno disputaría en Europa.
Fausto Batignani; Adhemar Canavessi, Domingo Tejera; Juan Píriz, Venancio Bartibás, Melogno; Eduardo Martínez, Juan Anselmo, René Borjas, Roberto Figueroa y Antonio Cámpolo fueron los once orientales, claramente el equipo suplente, si basta con repasar como «Lin» Martínez, que era halve derecho y que luego quedaría fuera de la plantilla oficial por el arribo a último momento de José Leandro Andrade y pasaría a ser para siempre reconocido como el «Olímpico 23», jugó como wing diestro.
Igualmente, alcanzó y sobró: cinco tantos de «Tito» Borjas, dos de Anselmo, uno de Campolo y el último de Figueroa.
Así, disfrutó del título desde afuera y es curioso porque fue uno de los pocos que no jugó junto a Batignani, «Mingo» Tejera, el lungo Bartibás y «Nenín» Anselmo. Como dato curioso: la consagración mundial más su buen momento en el torneo local llevaron a que, en noviembre de 1928, se ganara la portada de la revista de interés general más importante del país, «Mundo Uruguayo».
Volvería recién en un amistoso ante Argentina el 16 de junio de 1929 en el Gasómetro, en el que sería su último cotejo de celeste. Fue derrota 2-0, pero con un Uruguay potente: Andrés Mazali; José Nasazzi, Emilio Recoba; Gildeón Silva, Julio Martínez, Melogno; Juan Pedro Arremón, Conduelo Píriz, Pedro Petrone, Luis Gaitán y Roberto Figueroa.
Pero, una vez más, no contó para la Copa América de Argentina de aquel año, que culminó con una mala performance charrúa.
Por esos momentos habían comenzado a ser probados otros halves para ser alternativa de Gestido como Alberto Ibarra (Misiones) y José Magallanes (Rampla Juniors), jugador este último-muy bueno, por cierto, referente del mejor Rampla- que terminó en la Copa América junto a «Varito» en la zona zurda del medio.
Así y todo, cuando llegó el turno de la convocatoria para la Copa del Mundo de Montevideo, el mérito de no bajar nunca los brazos y de rendir siempre en Bella Vista, llevó a que esta vez sí volviera a confirmarse lo que, en definitiva, era: el mejor suplente de Gestido. Fue llamado de entrada por la Comisión de Selección y se integró al plantel.
La Celeste sumó su tercer campeonato del mundo y, una vez más, Melogno lo vio desde las tribunas del Centenario, pero se volvió a colgar, de forma justiciera, una nueva medalla de campeón.
Y ahí se terminó su aventura con la Celeste, registrando la marca de ser bicampeón del mundo, de pertenecer a planteles gloriosos, de compartir con la mejor generación de futbolistas de nuestra historia, de codearse con la máxima gloria de seleccionado nacional alguno… pero sin entrar ni un segundo al campo de juego en esos certamenes.
Su tarea en el combinado se resume a cinco encuentros oficiales y a uno del tipo «B» entre 1922 y 1930.
Cuando muchos creían que ya había tomado la pendiente, en 1931 fue transferido a Nacional, donde permaneció hasta 1933 disputando, por todo concepto, 14 partidos (ya no era el indiscutido en el puesto como en los «papales»).
Y, como para no ser menos y seguir con su tradición particular, fue campeón uruguayo de 1933 con los albos… sin jugar ni siquiera un minuto.
Con 30 años, se despidió del fútbol grande sumando casi 200 partidos entre clubes y Selección (1922-1933) y con cinco títulos, de lo cuales en tres no pisó la cancha.
AUTOR: PABLO VEROLI