El más grande. Figura consular durante 15 años, solo vistió la casaca danubiana y la celeste. La máxima leyenda danubiana.
El “Chueco”, un jugador fuera de serie, dribleador, creador por excelencia, con potente remate, con el “potrero” en el alma, un elegido. Se decía de él que: lo difícil lo hacía con una moña, lo imposible con dos.
Titular indiscutido durante 15 años, con el increíble récord de no faltar nunca a un partido.
Con su físico retacón y las piernas “polentosas” y combadas, de allí su apodo, llegó a Danubio en 1945, de la mano del exdirectivo Carlos Aguilar, reconocido como su padre espiritual.
En poco tiempo sus genialidades comenzaron a dar frutos, con su “manija”, Danubio obtuvo el Campeonato Uruguayo de Tercera Especial en 1946. A partir de ese momento, Romero fue protagonista de horas jubilosas danubianas, con sus piernas en forma de paréntesis, pero habilísimas, bordadoras, y que tenían el don de clavar golazos con secos y poderosos remates.
“Danubio estaba en la “B” peleando el ascenso y en 1947 lo conquistamos. Nunca más salí del cuadro. Jamás, pero jamás me lesioné, ni aún en aquella gira de tres meses que hicimos en 1955 por Centro América y México. Enorme fue para mi y para Danubio iniciarnos en la “A”, con Ernesto Lazzatti como centre-half, pues todos teníamos nuestro fútbol pero ese crack argentino y maestro, nos daba en cada partido lecciones de cómo se debía enfrentar este o aquel rival”, expresaba Romero.
Con el plantel principal, fue Campeón de la “B” en 1947, Sub Campeón Uruguayo en 1954, Sub Campeón del Torneo Competencia en 1958. Finalmente, en el ocaso de su carrera, con 30 y pico de años, contribuyó al retorno danubiano a la “A”, al integrar el plantel Campeón Uruguayo de la “B” en 1960.
Jugó desde 1947 a 1962 y desde su debut, jamás salió del equipo, nunca se lesionó siendo el jugador que más veces ha vestido la blusa de la diagonal negra, con más de 400 partidos. Se retiró a los 35 años, aunque podría haber seguido, porque físicamente estaba impecable.
Con la Selección Uruguaya, se consagró Campeón Mundial en 1950, en Río de Janeiro, en lo que se conoce como el “Maracanazo”. Participó también del Sudamericano de 1953, donde fue considerado entre los mejores jugadores del torneo.
“Lo más grande de mi vida en el fútbol, fue haber integrado la delegación del mundial de 1950. La gloria del título y la amistad perdura, somos como hermanos. Por el contrario mi gran amargura, fue haber quedado fuera del plantel que fue al Mundial de Suiza en 1954. Urbano Rivera, con el que somos como hermanos quería renunciar. Lo tuve que convencer que no lo hiciera”, reflexionaba.
Cuando se repasa la historia, unánimemente se coincide en que Romero está entre los grandes “entrealas” del fútbol uruguayo de todos los tiempos. Jugó a lo crack en la época que tallaban fenomenales jugadores en todos los equipos.
Para quienes han visto a Danubio desde sus inicios no tienen dudas, Romerito fue el mejor y el más grande.
Su ex compañero “Carcajada” Correa, confesaba, “Romerito fue un fenómeno. No exagero nada. Cuanto más difícil se ponía un partido, más te pedía la pelota. Cuando te atora el rival y no tenías salidas, todos buscábamos al Chueco, El dámela, dámela, suyos, te lo pintan clarito”.
Trascendió más allá de su condición de futbolista para transformarse en símbolo, en ejemplo que siempre se les da a los más jóvenes. Un ídolo eterno.
Trayectoria
Nació en 1927 en Montevideo.
Comenzó en el Arrayán, un equipo de barrio que jugaba en la Liga de la Unión.
3ª especial de Danubio en 1946. Primera división de Danubio de 1947 a 1962.
Integró el plantel uruguayo en el Mundial de Brasil en 1950 y defendió a Uruguay en el sudamericano de 1953, jugado en Perú.
Falleció el 17 de octubre de 1971
Títulos: Campeón Uruguayo de la “B” 1947, Vicecampeón Campeonato Uruguayo Primera división en 1954, Vicecampeón Torneo Competencia 1958. Campeón Uruguayo de la “B” 1960. Con la selección mayor fue Campeón Mundial en 1950.
Anécdota
El exdirectivo Carlos Aguilar, que había visto crecer centímetro a centímetro a Romerito y creía en sus condiciones de apilador, de creador de fútbol, de crack, lo llevó a Danubio y se lo presentó a Ricardo Faccio por entonces director técnico del primer equipo, que al verlo retacón le dijo: “yo preciso jugadores no fantasías”.