Un niño del Prado llegó de la mano de su madre a Stockolmo para comenzar a practicar básquetbol. Ella promovía diversas actividades complementarias a los estudios formales como forma de abatir el ocio y desarrollar diferentes inteligencias en sus pichones.
El niño tomó la pelota anaranjada en sus manos y nunca más la soltó. A casi 4 décadas de aquella determinación, todo el deporte uruguayo debe expresar su agradecimiento eterno a Mireya por tan sabia decisión con respecto a su hijo. Luisito comenzó a dividir el tiempo destinado a la práctica deportiva entre el fútbol y el básquet hasta que optó por esta última disciplina. Su particular estilo de juego lo diferenció rápidamente de los demás y el apodo de “El Bicho” comenzó a repicar bien fuerte en los parqués de las canchas de ascenso. El carismático basquetbolista desarrolló una exitosa carrera profesional ilustrada por un nutrido palmarés en el ámbito de la competencia clubista y de la selección nacional. Se colocó por primera vez la casaca celeste sin mangas en el inédito torneo de jugadores menores de 1,95 metros de altura de 1994 y le quedó a la perfección. Su amor por la causa de la gloriosa malla color cielo determinó que se ganara un lugar de privilegio en la rica historia del básquetbol uruguayo y en el corazón de toda la afición deportiva en general. “El Bicho” representó de forma fiel el autóctono concepto de la garra charrúa en el rectángulo de juego. Fue un protagonista fundamental en la conquista del último bicampeonato sudamericano de los años 1995 y 1997 y defendió a la Celeste por un periodo de 13 años. En el estreno de “Glorias celestes con otra pelota”, Luis Silveira recuerda el último gran corte de redes en los aros del entrañable Cilindro Municipal.
Múltiple campeón en la competencia de clubes y actor protagónico en los últimos grandes triunfos del básquetbol uruguayo hace 25 años. ¿Te consideras una persona exitosa en el ámbito deportivo?
Tendríamos que definir lo que es el éxito. Me siento exitoso porque tuve un sueño, lo perseguí y lo conseguí. Por ahí, pasa el éxito que cada uno de nosotros debe considerar. Porque los éxitos varían de una persona a otra y no pasa por tener un título. En muchas temporadas, en las cuales yo no fui campeón, fui exitoso. Clasificar a los playoffs con Sayago fue un éxito. Con Peñarol de Mar del Plata nos salvamos del descenso y eso, fue otro éxito. Habría que definir el éxito en un concepto mucho más amplio que conseguir un campeonato. A nivel de vida, mi pasión siempre fue el básquetbol y mi sueño fue estar en la selección. ¡Y se cumplió!
El arribo a la selección fue el resultado de un largo proceso marcado por tu perseverancia. ¿Cuáles fueron los recodos del camino para que el anhelado sueño se hiciera realidad?
Me enamoré de la selección en el Cilindro unos cuantos años antes de 1995. Empezaron a hacer citaciones en el Cilindro Municipal (para preselecciones en categorías formativas) y se pedían dos jugadores por club. Yo fui uno de los que mandaron de Stockolmo. Recuerdo que éramos unos 70 gurises que íbamos por primera vez al Cilindro. Creo que en la primera preselección duré una o dos prácticas porque enseguida me eliminaron. Pero fue otro mundo para mí y dije; “¡yo quiero esto!”. Me seguí preparando en mi club, dentro de lo que era la divisional tercera de ascenso, y siempre busqué destacar en mi categoría. La preselección de formativas era un grupo muy reducido con jugadores de equipos de la costa de Montevideo y algunos que venían del interior como Yuliano Rivera o “El Colorado” Laborda. Era muy difícil penetrar ese grupo y me eliminaron de cuatro preselecciones. Pero yo estaba tan terco que, aunque fuera en una selección de veteranos, yo quería estar. Ese fue mi foco. Cada vez que me eliminaban de una selección mi meta era que para la próxima tenía que quedar.
En 1994 se desarrolló, por única vez, un torneo continental para jugadores cuya altura no podía superar 1,95 metros. ¿Ese torneo se puede considerar muy especial en la historia del básquetbol americano pero sobre todo, en tu carrera profesional?
Eso fue a finales de 1994. Solo citaron a 12 jugadores y viajaban 12. “En esta no me cortan”. Enrique “Cacho” Perreta, que era asistente de Víctor Hugo Berardi, vio que tenía algo diferente y logró meter cuchara para que me llevaran para probarme. También estaba “Paco” Bolagna, técnico de Stockolmo, que comentó; “tienen que verlo, tienen que dejarlo. No pueden seguirlo cortando, les va a dar resultado”. Salimos campeones y creo que dejé una buena impresión.
¿Se puede afirmar que tu participación en ese campeonato con límite de estatura fue la llave definitiva para abrir la puerta grande de la selección uruguaya?
De alguna manera, me conocieron. En 1995 se hace una preselección y quedé prendido del lugar 11 y medio porque había un montón de jugadores reconocidos. Encontré mi lugarcito y cumplí mi sueño. Pero después que llegás ahí, no te querés ir más. Defendés a la Celeste y representás a 3 millones de uruguayos.
¿Cuáles fueron las claves para la obtención del título sudamericano en 1995?
Hubo 3 pilares. La piedra angular fue Víctor Hugo Berardi. Tenía la visión y la experiencia de procesos exitosos anteriores. Asimismo, se estaba en un proceso de cambio. Algunos de los mejores jugadores que tenía el básquetbol uruguayo, como “Tato” López o Héber Núñez, quedaron afuera de la selección. Ellos siguieron jugando en el país a un gran nivel y no se discutían sus capacidades basquetbolísticas. En ese momento, Víctor decidió ir por un grupo más discreto desde el punto de vista deportivo pero con mayores valores de conciencia de equipo. Un equipo con menos talento pero más sólido. Por otro lado, Berardi era un técnico extraordinario en cancha con mucha viveza, con mucha inteligencia y que leía muy bien los juegos. También entendía que había otras personas que podían aportarle cosas al grupo y por eso, contactó a un entrenador americano-español llamado Clifford Luyk. Ese monstruo nos trajo una visión de la defensa que no teníamos acá en Uruguay. Yo defendía, y en aquel entonces, había defensas puros y ofensivos puros. A un ofensivo lo tenía que marcar un defensivo. Esa fue mi tarea principal en mi carrera deportiva. Nos transformamos en un equipo defensivo muy duro. Una defensa de equipo muy compacta que nos permitió hacer frente a grandes potencias como Argentina, Brasil o Venezuela. Ese fue nuestro rasgo característico desde ese momento. Uruguay defendía. Después, teníamos otros rasgos ofensivos que obviamente nos hicieron ganar. Capalbo con su velocidad, el trabajo de Pierri en el poste bajo o Szczygielski en la cabeza de la llave con todas las cosas que tenía. Pero teníamos ese rasgo defensivo característico. “Más vale que vayan tres a uno que ninguno a uno” o “la zona pintada es nuestra casa y nadie puede pasar por ahí” era lo que nos decía Luyk. Y por último, (como pilar fundamental del éxito), nosotros teníamos deseos de gloria.
Aquella selección generó una gran adhesión en la afición deportiva. ¿En qué nivel influyó el apoyo de toda la población para conseguir el título?
Nosotros vivíamos en una especie de burbuja, concentrados y no teníamos una visión del afuera. Viajábamos en Cita. Sánchez Padilla nos mandó el coche insignia, que era el primer ómnibus de la empresa, todo remodelado para la selección. Nosotros veníamos en ese ómnibus viejo y no éramos un equipo de básquetbol. ¡Éramos Uruguay!
El público desbordó el Cilindro en la final del 3 de junio de 1995. ¿Qué recuerdos conservas de aquella noche épica de nuestro baloncesto?
Nos llamó mucho la atención cuando llegamos que había mucha gente afuera. El Cilindro estaba repleto 2 horas antes y esa gente no podía entrar. Había una locura tan grande con esa selección que hasta se pusieron unas tribunas especiales detrás de los tableros.
¿Aquel día estaban convencidos de que salían campeones?
En el 95 teníamos un imperativo moral. Sentíamos que teníamos que ganar porque estábamos en nuestro país, porque hacía mucho tiempo que no se ganaba y porque ya era la hora.
¿Cómo impactó la derrota con Brasil en el transcurso del campeonato y qué estrategia desarrollaron para recuperarse en tan pocas horas y poder vencer a la “Vinotinto” en semifinales?
Fue un golpe muy duro cuando perdimos con Brasil. Los vimos y dijimos; “¿cómo les ganamos la próxima vez que los enfrentemos?”. Ahí estuvo el factor suerte. Se decía que Berardi tenía suerte y capaz que fue así. Brasil clasifica primero en el grupo y nosotros clasificamos segundos y nos cruzamos con Venezuela. A su vez, Argentina le ganó a Brasil (en semifinales) y nosotros salimos campeones sin ganarle a Brasil. Cuando perdimos con ellos, lo que hicimos fue pegarnos un baño e ir a la piscina de Biguá para aflojar. Víctor nos sacó la presión y él la absorbió. Nosotros quedamos afuera de todo eso. Al otro día, entrenamos tiros y conocimos el plan de juego. Así enfrentamos a Venezuela, le ganamos y salimos campeones frente a Argentina.
En 1997 viajaron a Maracaibo para defender el título conquistado en Montevideo. Una vez más, fuimos los ingratos aguafiestas del local rompiendo todos los pronósticos. ¿También los sorprendió a ustedes salir campeones?
En 1997 la preparación fue muy mala. Nadie creía, ni siquiera dentro mismo de Uruguay, que fuéramos a competir. Venezuela tenía jugadores de la NBA en su selección y era local en Maracaibo. Solo Brasil le podía llegar a ganar porque tenía un súper equipo. Nadie pensaba que Uruguay pudiera hacer algo. Nos preparamos poco tiempo y allá fuimos. Pero el grupo ya tenía la semilla de campeón y se sabía lo que había que hacer. Se cambiaron algunos jugadores. Uno muy importante fue Adolfo Medrick por Granger. “Fito” era un jugador veterano para el medio en Uruguay pero fue una pieza clave en el partido contra Venezuela.
En ese partido trascendental no jugaste. ¿Por qué no te puso Berardi?
Venezuela nos elige para debutar en el cuadrangular final porque supuestamente, éramos los más fáciles para ganar. Y como siempre, les arruinamos el pastel. Medrick era un jugador muy respetado por los venezolanos, nadie se metía con él. Yo no jugué ´porque Víctor me dijo: “hoy queremos un partido de guante blanco”. Y lo llevamos así, de guante blanco. Ganamos 1 punto que no teníamos pensado. Al otro día, otra vez perdimos con Brasil en un partido increíble en el que no nos pudimos parar en la cancha.
En la última jornada le ganaron por un doble a Argentina a primera hora y debieron aguardar el resultado final entre Brasil y Venezuela. ¿Cómo se vivió esa “extensa” espera?
Nosotros le ganamos a un equipazo de Argentina a primera hora y nos quedamos a la espera de que Venezuela le ganara a Brasil. Había una gran pica entre ellos. Nos fuimos al hotel porque no aguantábamos la tensión. Cuando volvíamos (debían regresar a la cancha para las premiaciones correspondientes al lugar del podio que se ocupara), empezamos a escuchar en la radio del ómnibus que Venezuela estaba remontando el partido. Estábamos desesperados porque queríamos llegar y lo hicimos en los últimos segundos. No podíamos creer que éramos campeones. Era algo tan inesperado que no habíamos arreglado premios con la Federación.
¿Qué representó Berardi en tu carrera profesional como basquetbolista?
Fue el técnico que más me marcó en mi carrera. Es el más ganador y el más reconocido de todos los tiempos en Uruguay. Pero además, tenía un don como persona que superaba su don como entrenador. Infinidades de personas te cuentan anécdotas de él de todo tipo. Creo que no va a haber otro como él. Ojalá que hubiese pero no veo a nadie que reúna todas las características que tenía. Nos dejó muchas enseñanzas que yo se las voy a pasar a otras generaciones. Víctor va a estar dentro del básquetbol uruguayo por siempre.
¿Qué significa defender a la Celeste?
Es luchar para darle una alegría a cada trabajador y trabajadora que tiene el país. Cada vez que traíamos una victoria o un campeonato sabíamos o visualizábamos, por ejemplo, que el que trabajaba en una panadería esa semana iba contento. Porque había todo un país detrás de la gesta deportiva, de cada deportista. Tenés que pensar que no sos vos solo, son 3 millones los que tenés atrás. Eso era lo que a mí me motivaba. Yo siempre fui loco en todos lados, pero cuando estaba con la Celeste, para mí no había obstáculo que fuera insalvable. No había jugador grande que no le pudiera ganar un rebote, no había jugador que no pudiera defender porque había una responsabilidad muy grande atrás. Así lo hice y eso me llevó a estar 13 años (1994-2007)
Resultados del Campeonato Sudamericano de 1995:
Fase de grupos: URU 112 – Chi 69, URU 112 – Ve 83, URU 117 – Par 83, URU 81 – Arg 77, URU 63 – Bra 89.
Semifinal: URU 86 – Ven 82.
Final: URU 89 – Arg 74.
Resultados del Campeonato Sudamericano 1997:
Fase de grupos: URU 127 – Bol 50 , URU 99 – Par 59, URU 94 – Col 63, URU 74 – Bra 75.
Fase final: URU 96 – Ven 89, URU 76 – Bra 8, URU 80 – Arg 78.
Campeonatos Sudamericanos masculinos de básquetbol obtenidos por Uruguay: 1930, 1932, 1940, 1947, 1949, 1953, 1955, 1969, 1981, 1995, 1997.