Es imposible no hacer referencia cada mes de julio a lo sucedido aquel día 16 de 1950. Rememorar el “Maracanazo” no es vivir del recuerdo ni mucho menos. Es una causa de estricta justicia con aquellos aguerridos deportistas que le demostraron al mundo que el fútbol es el más ilógico de los juegos y que las principales limitaciones son las que nos imponemos nosotros mismos. Así lo dejaron en claro este grupo de heroicos uruguayos bajo el liderazgo futbolístico y emocional de Obdulio Varela en una de las mayores hazañas en la historia del deporte moderno. El heredero del brazalete de José Nasazzi fue un actor preponderante en la conducción anímica del equipo para obtener el cuarto título mundial en un período de 26 años. Una hazaña que nadie ha igualado hasta el presente.
Obdulio Jacinto Muiños Varela decía su documento pero se presentó ante el mundo con su apellido materno porque fue Doña Juana quien puso cuerpo y alma en la crianza de él y de sus diez hermanos. Nació el 20 de setiembre de 1917 en la calle Vicente Yáñez Pinzón de la proletaria La Teja y falleció el 2 de agosto de 1996 en la populosa Villa Española. Obdulio fue un gurí de barrio que no terminó la escuela porque tuvo que salir rápido a laburar para bancar la olla. Fue canillita, cuidacoche, lustrabota, vendedor a domicilio y albañil hasta que pudo convertirse en jugador de fútbol profesional. Una actividad que no remuneraba grandes dividendos en esa época pero que si le alcanzó, junto a sus ingresos como empleado del casino municipal, para construir el nido y sustentar a la familia.
Debutó en el ámbito de la AUF con el desafiliado Deportivo Juventud en 1936 y pasó a Montevideo Wanderers dos años después. Cuando cobró el primer dinero en el equipo bohemio del Prado fue a su casa “con comida de fiesta” según su madre y ella le preguntó si había robado para comprar dichos manjares. En 1943 fichó por Peñarol y defendió al carbonero hasta su retiro en 1955. Ganó 6 campeonatos uruguayos con el mirasol e integró la inolvidable “Máquina del 49” con varios compañeros mundialistas en Brasil.
Obdulio vistió por primera vez la celeste el 29 de enero de 1939 y la casaca le quedó justa a su medida. Uruguay enfrentaba a Chile en el Estadio Nacional José Díaz de Lima por una nueva edición de la Copa América que repetía sede en Perú. Los charrúas se impusieron a los trasandinos por 3 a 2 y seguramente, nadie imaginó que aquel joven debutante proveniente de Wanderers comenzaba a recorrer su camino inmortal hacia el corazón del pueblo uruguayo. Ese partido fue el primero de un total de 45 cotejos con la selección (27 ganados, 6 empatados y 12 derrotas) que lo condujeron a obtener la Copa del Mundo de 1950 en Maracaná, la Copa América de 1942 en el Estadio Centenario y el cuarto puesto en el Mundial de 1954 celebrado en Suiza. Precisamente, fue en ese certamen que disputó su último partido con el combinado oriental en la inolvidable victoria frente a Inglaterra por 4 a 2 el 26 de junio de ese año. Obdulio marcó su noveno gol con la celeste y debió salir lesionado tras la conversión al equipo de los 3 leones. El capitán ponía punto final a su actuación en el torneo y a su etapa como futbolista de Uruguay.
Quienes lo vieron en el field dijeron que era un buen jugador, pero no fue su técnica ni la fuerza de sus piernas las que lo transformaron en leyenda. El “Negro Jefe” se destacó por su liderazgo, por su postura incondicional frente a lo que consideraba justo, por la capacidad de resiliencia ante la adversidad y por su avidez por defender los intereses comunes por encima del personal. Fue uno de los principales referentes en la gran huelga de footballers de 1948 y el primero en zurcir las diferencias entre agremiados y carneros antes de partir a suelo carioca en búsqueda de la gloria. Obdulio fue campeón del mundo, pero nunca se agrandó por conquistar el mayor galardón al que aspira todo futbolista desde que pisa un potrero. Siempre redujo el fenómeno de Maracaná a las cuestiones de un simple partido de fútbol que se ganó y nada más.
El mal uruguayo del olvido no se apiado de los campeones de 1950 y muchos de ellos salieron de la cancha de la vida sin mayores homenajes e inclusive, atravesando penurias económicas. Un comportamiento desafortunado como sociedad que pudimos revertir parcialmente con los múltiples reconocimientos públicos realizados a Alcides Chiggia antes de su fallecimiento el 16 de julio de 2015. Lamentablemente, Obdulio no escapó a este fenómeno y un día le llegaron a negar entradas para un partido en el Estadio. Ese día, se sintió como un extraño en la propia sede asociacionista por la cual luchó para darle su cuarta estrella y su octavo lauro continental. Obdulio se retiró definitivamente de las tribunas del fútbol oficial.
En el campo de la memoria, la ciudad de Montevideo también tiene una deuda pendiente con el “Negro Jefe” aunque existan reconocimientos a su figura. El espacio libre circundante al Estadio Centenario lleva su nombre y los carteles indicativos rezan la leyenda “CAPITÁN DE LA MÍTICA SELECCIÓN URUGUAYA QUE GANÓ EL MUNDIAL DE 1950”. A pocos metros, se encuentra el monumento que homenajea a todo el plantel uruguayo. Montevideo Wanderers también quiso estar a la altura de las circunstancias y la Junta Departamental aprobó la iniciativa bohemia de instalar una estatua en la esquina del Parque Alfredo Víctor Viera. A todo esto, se debe agregar el impulso del Club Villa Española cuando decidió bautizar a su cancha con el nombre de su destacadísimo vecino al ser reinaugurada en Parque Guaraní en 2003. Todos estos homenajes son muy valederos pero Obdulio Varela se merece una calle con su nombre. Y una calle importante en la trama de la movilidad urbana de la capital del país. Varios intentos han sido emprendidos al respecto pero todos sucumbieron ante la rigurosa Comisión de Nomenclátor (CN) de la Intendencia de Montevideo.
Hace varios años, un grupo de vecinos de Villa Española, Porvenir y Pérez Castellanos propuso sustituir el nombre de la calle Juan Sebastián Elcano por el de Obdulio Varela en los alrededores del actual Antel Arena. La misma se ubica a unos 800 metros de la casa en la cual residió hasta sus últimos días en 20 de Febrero y Tomás Claramunt. La idea fue rechazada y quedó sin efecto. En 2017, en el marco de los festejos por el centenario de su natalicio, la comisión creada a pedido expreso del Presidente de la República Dr. Tabaré Vázquez, estableció entre sus propósitos que una vía de tránsito neurálgica de la ciudad llevara el nombre del legendario número 5. La propuesta tampoco prosperó y se presentó como idea alternativa que la calle en que nació, Vicente Yáñez Pinzón, pasara a recordarlo. La CN sostiene como criterio inalterable el de no sustituir los actuales nombres de las calles y avenidas de la ciudad y que las nuevas denominaciones sean asignadas a vías que no poseen nombre o que son reconocidas por letras o números. Esta determinación técnica establece que permanezcan nombres en el nomenclátor que responden a pautas culturales del pasado que no corresponden en su totalidad con la cosmovisión de la actual sociedad uruguaya.
El cambio de nombres de calles no es algo nuevo en Montevideo y existen varios antecedentes en la materia. Las redenominaciones acaecidas en el centro de Montevideo representan un buen ejemplo del valor que tuvieron esos determinaciones para rendir merecidos recordatorios a destacadas personalidades del quehacer político nacional. Asimismo, si se fuera sumamente estricto con el criterio impuesto por la CN, no debería reconocerse el actual nomenclátor de la Ciudad Vieja debido a que sus calles no conservan las designaciones originales establecidas por las autoridades españolas.
Por su parte, otros departamentos consideraron oportuno honrar la memoria de Obdulio Jacinto a través de una vía de tránsito más allá del volumen del tráfico que estas posean. Canelones es un buen ejemplo de ello a escasa distancia del límite departamental con Montevideo. La ciudad de La Paz-a los fondos de los Santos Lugares- la localidad de Toledo y Ciudad de la Costa tienen calles llamadas Obdulio Varela. También se repite este acontecimiento a escasos metros del Hotel Carlos Gardel en Tacuarembó y a orillas del Río Cuareim en la ciudad de Artigas.
Los proyectos están en dominio del gobierno departamental y dependerá de la voluntad política de sus integrantes para dilucidar esta situación en algún momento. Hasta ahora, dos navegantes españoles del SXVI le vienen ganando este simbólico partido callejero al gran capitán. Algo que no le debe molestar mucho, en donde se encuentre con su querida “Húngara”, porque sabe que “los de afuera son de palo”.